Decía Jimmy Hendrix que la música es lo que está entre las notas y no las notas en si. Puede que La larga noche de Francisco Sanctis sea uno de esos casos en los que el cine político es eso que está entre las líneas de diálogo y las acciones de sus personajes, sutiles marcas de agua en un trabajo que apela al minimalismo narrativo y el fuera de campo como escenario del terror.
Ganador del Premio a la Mejor Película en la Competencia Internacional de la edición 2016 del Bafici, este film de la dupla Andrea Testa y Francisco Márquez pone imagen a un costado hasta ahora silencioso en términos cinematográficos sobre los años de dictadura militar: la acción de los que elegían la omisión.
El Sanctis del título (impecable Diego Velázquez) es un oficinista gris, mediocre, llano, que una noche se entera, por medio del encuentro con una vieja conocida, que horas después de ese momento la represión ilegal iría a “chupar” a una pareja.
Sanctis tiene memorizada la dirección a la que tendría que ir y el encargo de su conocida es que debe avisarles de lo que está por suceder.
Sumergido en un tembladeral emocional, el tipo que parece tener como única meta cumplir el derrotero casa-trabajo-casa y tomarse un vaso de tinto en la cena, intenta estirar esa noche nefasta mientras decide qué hace con el dato que le acaban de dar.
El agujero negro en el que se encuentra el antihéroe del film es el que recorren los realizadores en un inteligente reprise a la argentina del After Hours de Scorsese, con el plus de la sangre derramada.
Lo ominoso de la trama está en la cabeza de su protagonista. ¿Qué le pasa, qué piensa? No sabemos ni siquiera si tiene opinión sobre la dictadura, si cree que a esa pareja la tiene que salvar, si prefiere no hacerlo, si tiene miedo por él o por su familia.
Sanctis vive callado, con miedo y caminando bajo su propia sombra y hubiera preferido no encontrarse nunca con esa mujer que lo embarcó en la pesadilla de tener que decidir.
En esos vértices de la urgencia y el miedo está la bala de plata del relato. Ahí donde el guión puso a un tipo a enfrentar su propia cobardía. Y la nuestra, hoy camuflada en la liviandad de no tener que poner el cuerpo porque la dictadura es eso que pasó hace décadas, años luz, allá lejos, cuando los que se jugaban eran los otros.