La opera prima de estos dos jóvenes realizadores ganó el Premio a la Mejor Película en la última edición de BAFICI y participó en la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes. Se trata de una oscura y perturbadora historia acerca de la desaparición de personas durante la dictadura pero contada desde una perspectiva diferente. Diego Velázquez se luce en el rol protagónico.
Uno de los sucesos festivaleros de 2016, “La larga noche de Francisco Sanctis” tomó por sorpresa a casi todos cuando se anunció, con muy pocos días de diferencia, que la película iba a estar en la competencia internacional del BAFICI y que había sido seleccionada para competir en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. No sería sorpresa si se tratase del nuevo filme de un realizador reconocido, pero tratándose de una opera prima de dos muy jóvenes y desconocidos directores el “doblete” llamó la atención. Si a eso se le suma que unos días después “La larga noche…” ganaría como mejor película (y mejor actor, para Diego Velázquez) de la competencia en BAFICI, además de varios premios paralelos, podría considerarse que estamos ante una de las apariciones más importantes del cine argentino de los últimos tiempos, al menos en lo que a impacto artístico se refiere.
La película, sin embargo, es de una modestia y rigurosidad que la aleja de cualquier tipo de alto impacto. De bajo perfil –como sus realizadores, Francisco Márquez y Andrea Testa–, es una historia contada de una manera, si se quiere, tradicional, pero con una sequedad y apego por el realismo propios del cine nacional más reciente. Tal vez se trate de una de las primeras películas de la nueva generación de cineastas argentinos en acercarse a un tema de la dictadura con modelos más cercanos al del cine de los ‘80 (el que se hizo apenas concluyó el Proceso) que a los más revisionistas modos recientes, pero a la vez lo hace con el cuidado formal, la falta de subrayado y la contención emocional que son más propias del cine nacional de este siglo.
“La larga noche de Francisco Sanctis” es una adaptación un tanto libre (el cambio de su final despertó algunas controversias) de la novela homónima de Humberto Constantini publicada en 1984. La historia se centra en el personaje del título, un hombre que trata de mantener una suerte de “vida normal de clase media” en la Argentina de 1977, en pleno comienzo de la dictadura, cuando la desaparición de personas era algo cotidiano. Sanctis, sin embargo, parece ajeno a todo eso: es un oficinista gris, tratando de conseguir un ascenso en su trabajo sin lograrlo, con esposa (Laura Paredes) e hijos que lo esperan en la casa para cenar y conversar de sus actividades cotidianas.
Pero todo cambia de golpe cuando recibe un llamado telefónico inesperado, el de una vieja amiga de la universidad a la que no ve hace mucho. Quedan en encontrarse y, en plena conversación, la mujer le cuenta que ahora es la esposa de un militar y que se enteró que dos personas que ella conoce de su época de militancia política van a ser secuestradas en cuestión de horas. Y le pide a Francisco que, como él “no está metido en nada” y nadie sospecharía de él (si bien él tuvo su momento de militancia años atrás luego decidió abrirse cuando se inició la etapa más violenta), se acerque a la casa de estas personas para avisarles que se escapen antes de que sea demasiado tarde.
A Francisco se le crea un problema ético entre intentar seguir una vida de relativa normalidad en un país que se desintegra o arriesgar su propia vida para salvar a dos desconocidos de una muerte segura. Y la segunda mitad del filme se transformará en una suerte de “Después de hora” en la que la cámara seguirá al protagonista en sus idas y venidas por la ciudad nocturna, dudando sobre si hacer la arriesgada tarea que le encomendaron o, literalmente, mirar para otro lado y volver a su vida gris pero en apariencia más tranquila.
Eso lo lleva a recorrer bares, cines, tomar colectivos y circular por una ciudad oscura y ominosa que pinta a la perfección lo que podía ser la Buenos Aires nocturna de aquel entonces en la que el miedo podía respirarse en cada esquina. Ahí es donde la película se despega del modelo más clásico y se va volviendo extraña, poética, narrativamente un tanto inasible y misteriosa. Pasa de narrar una realidad exterior a una interior, como si las imágenes fueran proyecciones de las dudas y los temores del indeciso protagonista.
Esa segunda mitad es lo mejor de “La larga noche…”, ya que elige a partir de ahí contar las sensaciones de vivir en una dictadura desde una perspectiva y con un tono propios, más cercanos al cine negro que al costumbrismo del principio. Si bien Márquez y Testa van haciendo ese giro de manera consciente y buscada, es recién ahí donde la propuesta va quedando más clara y logra su objetivo: convertir a Sanctis en un alter-ego de un espectador que se vería enfrentado seguramente con las mismas dudas a la hora de arriesgar su vida en una situación similar.
De construcción clásica, si se quiere hasta “hitchcockiana” (un Hitchcock asordinado, podríamos decir), la película de Márquez y Testa tal vez no sea la revelación cinematográfica que sus premios podrían hacer suponer, pero es una sólida opera prima de dos realizadores que apuestan por un tipo de cine que se hace poco en la Argentina, uno que no confunde clasicismo con academicismo, ni realismo con un catálogo de lugares comunes repetidos hasta el hartazgo.