Podría pensarse que la película de Francisco Máquez y Andrea Testa trata de la dictadura, pero no, eso representa apenas un fondo, un material disponible. Su tema es otro, el de un hombre arrastrado a una situación límite sobre el que todo parece cerrarse hasta aplastarlo, ya sea la amenaza de un secuestro, la ajustada cocina que lo comprime junto con su esposa y sus dos hijos, o la noche que se interpone entre él y sus pesquisas. Todas las menciones al retrato de la época y las referencias sociopolíticas que reponen muchas críticas parecen más un efecto de lectura algo previsible que se desvía de la propuesta de la película. Acá, al igual que en buena parte de la filmografía de Hitchcock, el relato es guiado por el motivo de un hombre común es introducido a la fuerza en una situación extraordinaria que lo desborda: en su desarrollo, La larga noche… remite menos a la historia reciente del país que a la del cine. Los directores diseñan un dispositivo fílmico de un rigor poco frecuente: salvo tal vez por un único plano, la película mira obsesivamente a Francisco y lo acompaña siempre de cerca durante su excursión nocturna por una Buenos Aires derruida. El clima de peligro se siente en todo momento; los rostros parecen máscaras deformadas por el miedo y la mentira. El terror colectivo surge de un fuera de campo construido laboriosamente sobre el que el relato proyecta los conflictos de una moral individual.