Más allá de gustos y criterios, sin duda El secreto de sus ojos marcó una instancia importante para el cine y la cultura nacional: fue un momento en que la desaparición de personas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional pasaba a ser el contexto y la tragedia, pero no el núcleo central de la historia. La más reciente Kóblic sugirió algo parecido, pero en términos artísticos ninguna de las dos películas había logrado un resultado sobresaliente. Resulta pertinente decir que no es este el caso de La larga noche de Francisco Sanctis. Como el film de Campanella, se trata de otra adaptación de un texto literario (aquel, de Eduardo Sacheri; este, de Humberto Costantini), pero el trabajo es de una factura soberbia, inteligente e incomparable, formado de gestos mínimos e imágenes estáticas (cortesía de Federico Lastra), portadores de enorme carga sensorial.
En plena dictadura militar, Francisco Sanctis (un contenido y notable Diego Velázquez) es un empleado de oficina en busca de un ascenso; esa cotidiana obsesión se ve alterada al recibir el llamado telefónico de una vieja amiga, alguien con quien compartió tibios sueños revolucionarios y quizás un amor igual de frágil e incipiente. El reencuentro se hará en el auto de ella, durante una noche; la antigua compañera le pasa el nombre de dos personas y una dirección, rogándole que les avise que esa misma noche los irán a buscar. Sanctis regresa a su hogar para la cena y con la excusa de ir a buscar vino sale a la calle, indeciso de si honrar o no al pasado, de cuán efectiva pueda ser su misión y, fundamentalmente, si podrá salir vivo. En el camino a esa dirección, Sanctis hará innumerables zigzags, apilando, más que angustia, un suspenso que remite a los más oscuros thrillers del Hollywood dorado. Hay también una Buenos Aires casi irreconocible, tan lejos de los estereotipados Falcon verde de los films testimoniales como de cualquier film de época. Es una Buenos Aires laberíntica, como la de El sueño de los héroes. Y es que, a su modo, Francisco Sanctis también carga el karma del inolvidable Emilio Gauna. Casi surrealista y noir, el film de Andrea Testa y Francisco Márquez es una verdadera joya del cine contemporáneo.