La dignidad no se negocia
Lúcida adaptación de la novela de Costantini con muchos méritos de dos debutantes realizadores.
Humberto Costantini publicó la novela La larga noche de Francisco Sanctis en 1984, con la democracia recién recuperada. Militante comunista, en su momento su relato se distinguió, pero en esa época la revisión del pasado reciente era moneda corriente.
Treinta y dos años después, el filme de Andrea Testa y Francisco Márquez permite otra mirada, no sólo al relato del que sacaron la voz interna del protagonista y lo hicieron actuar, sino al drama que estalla en la vida de este hombre común y corriente.
Situada en 1977, Francisco atiende en su trabajo la llamada de una antigua compañera. En la empresa mayorista donde trabaja le niegan otro ascenso (le regalan una cajita con productos). Y Francisco recibe otro presente, tampoco envuelto para regalo, que él decidirá si lo acepta, o no, y si le pesa e incomoda.
La ex compañera le tira dos nombres, una dirección y le remata: “Esta noche los van a ir a buscar”.
Y Francisco debe resolver si hace algo con esa información, o no. Si forma parte, como hasta unos segundos atrás, de la mayoría (o minoría) silenciosa que sabía qué pasaba en la dictadura, y no hacía nada.
La película nos compele a tomar una posición. Y a Francisco, una decisión. Si sigue gris, enfrascado en su cotidianeidad (la película transcurre en una jornada) con el desayuno y las tostadas en familia, con su mujer y sus chicos en edad escolar, o si despierta y reaviva los sueños de juventud, la militancia, la literatura. La vida que parece tener entre apagada o, a lo sumo, en stand by.
Los muchos méritos de la opera prima de Testa y Márquez, que no habían nacido cuando transcurren los hechos, se resumen en cómo acompañan y muestran a Francisco (el excelente Diego Velázquez está casi todo el tiempo en pantalla) en sus miedos, su apercibimiento de las pisadas de zapatos que pueden o no seguirlo. En cómo decide no mirar al costado -clave la escena del colectivo que toma a la mañana con sus hijos-, si no mirar hacia adelante.
Y lo hacen con planos cortos, cerrados, para profundizar más la sensación de agobio que siente el protagonista. Dejan fuera de campo la presencia de los militares. No se los ve. Lo que no quiere decir que no estén. Tampoco se sabe por qué buscan a esos militantes, y ni siquiera hace falta.
Los directores, egresados de la ENERC, la escuela de cine del INCAA, logran interpelar al público y hacerlo partícipe del relato. Lo mismo sucede con la resolución del filme. Cada espectador la interpretará como quiera, pero no es un final abierto.