Es evidente que en esta historia hay una lección moral que espejea tanto al alumno de Nadezhda (Margita Gosheva) que roba el dinero, como a la misma profesora por lo que le corresponde vivir a lo largo de la película. He aquí el meollo del asunto, el corazón de la historia que nos agarra desprevenidos una y otra vez ante las decisiones por las que pasa el personaje. Su crisis pasa de ser moral a ser una crisis existencial en el momento cuando se enfrenta inesperadamente con la situación de clases; ese momento cuando descubrimos quién fue, pero no por una cuestión de culpa, sino de identificación, de reconocer nuestras faltas en el otro. De esta forma, este conflicto profundo se expande por la película de una manera paulatina y callada, sin alardes de música. Lo único que nos destaca la decadencia de Nadezhda es la cámara, a ratos agitada, que la sigue.
Por otro lado, la actuación de Gosheva muestra con sutilezas su crisis. Su búsqueda incesante por resolver la situación de su familia y la del aula es retratada casi con frialdad, pero una frialdad quebradiza que en sus grietas deja entrever la inestabilidad por la que está pasando. Los conflictos con su padre, el chiste con la nueva esposa de éste, el recuerdo de su madre, todos son demarcaciones, límites que nos vuelven más precisas las necesidades y las incertidumbres del personaje. Así, el guión elabora un trazado puntilloso de las condiciones que la llevan a ella a estar donde se encuentra.
Esta sacudida que nos da el filme viene también del proceso de enseñar en sí. Queriendo enseñarle a sus alumnos lo que significa la justicia, Nadezhda termina enseñándonos a nosotros lo que es alejarse de tan pretendida justicia. Tal proceso de enseñanza no se siente didáctico ni moralizante, sino que complejiza las inquietudes de todos los involucrados, pero de ella sobre todo. El elenco que apoya su actuación tiene momentos resonantes como las conversaciones con el esposo o las discusiones con el padre.
Además, atrás no quedan sus intentos vanos de enseñar inglés, de enseñar el idioma y trabajar con éste, pero todo esto está matizado con la verdadera crisis que opaca las búsquedas profesionales de Nadezhda. Así, el descenso de ella hasta lo más profundo de sí nos desprovee de certezas cuando llega el final. ¿Qué podemos hacer ya cuando nuestras acciones no se pueden distinguir de lo que solíamos ser?