Fitzcarraldo alucinado
“La Guayana colonizó al hombre blanco, no al revés. La naturaleza termina comiéndonos”. Esa línea define la idea detrás de “La ley de la jungla”. El director y guionista de esta comedia francesa ofrece una primera mitad ágil, con ironías, diálogos ingeniosos y reflexiones agudas sobre un pasante del Ministerio de Normas de Francia que es enviado a la Guayana Francesa, territorio galo y único de la Unión Europea en Sudamérica. Su misión es controlar que se cumplan los estándares de calidad de la Unión Europea en el país sudamericano durante la construcción de Guyanieve, un centro comercial con pista de esquí. Al absurdo del proyecto que los inversores discuten en sus pulcras salas de reuniones de Europa y Asia, se opone la idiosincrasia de la sociedad del territorio francés de ultramar. Lo que al principio apuntaba a ser una comedia, con críticas ácidas para europeos y americanos (“Ranas protegidas por euroburócratas no detendrán a Guyanieve”, exclama un guyanés ante la objeción de un francés sobre el dudoso cuidado del medio ambiente; la mención del bizarro puente que une Brasil con Guayana, anunciado en 1997, finalizado en 2011 y que para el estreno del filme, en 2016, todavía no había sido inaugurado) a partir de la segunda mitad decae con una serie de gags y tópicos sobre los afrodisíacos, el canibalismo o una selva que enloquece y que recuerda “El corazón de las tinieblas”. Sin embargo, el director rescata su trabajo con un par de guiños que sugieren que todo lo que se relata en el filme y lo que ocurre a ambos lados del Atlántico, podría ser impostura y pura ficción.