La mugre y la furia.
Algo raro está pasando en los suburbios montañeses del interior norteamericano. O al menos es lo que el director Scott Cooper busca dejar en claro al situar La Ley del más Fuerte, su segundo opus, en un tiempo y espacio preciso. El escenario viene a ser North Braddock, un diminuto municipio de Pensilvania, en pleno recambio presidencial, con la campaña de Barack Obama en caliente y la Guerra de Irak aun en proceso.
Allí, la debacle económica y el drama militar envuelven la relación entre dos hermanos que se viene a pique. Russell (Christian Bale), es un obrero metalúrgico bastante parco y humilde que está marcado por la desgracia, encargado de proteger a su hermano menor Rodney (Casey Affleck), quien luego de prestar servicios como soldado en Irak deviene en luchador clandestino para sacar a flote sus demonios antes que romperse el lomo en una acería.
Todo apunta hacia esta malaria familiar, con el retocado dilema del hermano problemático que se contrasta con el honrado, en un thriller grisáceo y sobrio, al que sorpresivamente un sacado narcotraficante interpretado por Woody Harrelson le pondrá los pelos de punta. Una cinta correcta, salvaje por momentos, que sabe muy bien dónde cortar el dialogo y cuando escupir sangre.