Lugares comunes del macho “americano”
Quizá lo mejor de la nueva película del director de Crazy Heart sea el hallazgo de algunas actuaciones, que le ponen distinción a una historia de líneas repetidamente sanguinarias. Pero Forest Whitaker y Woody Harrelson cometen sendos pasos en falso.
Película “de hombres”, en la que se pelea por plata, se caza, se mira torcido y, sobre todo, se lastima, se muere y se mata, con La ley del más fuerte pasa lo mismo que con Crazy Heart, la anterior del mismo realizador, Scott Cooper. Ambas son sólidas y eficientes, y si no fuera por algunas metáforas demasiado obvias y una seriedad excesiva podría decirse que están “bien narradas”. Sin embargo, lo único que hacen ambas películas es volver a contar las mismas historias mil veces contadas, retomar los mismos lugares comunes, reciclar la misma mitología. En el caso de Crazy Heart (la del cantante country alcohólico que le dio finalmente el Oscar al gran Jeff Bridges) era el mito del talentoso en lucha con sus demonios, al que el destino (¿o será Dios?) le concede una oportunidad de redención. Tampoco faltan los sobretonos religiosos en La ley del más fuerte, en la que el mito a reciclar no es uno, sino muchos, algunos de ellos esenciales a ese virus llamado “cultura oficial estadounidense”. Los hermanos opuestos en carácter, el veterano de guerra al que su país da la espalda, el hombre de paz obligado a la violencia, la violencia como fatalidad, la venganza como forma de justicia, la justicia por mano propia.
“La acería está por cerrar, con el acero chino no se puede competir”, le avisa alguien a Russell Blaze (Christian Bale). Russ y su hermano Rodney (Casey Affleck) viven en la zona conocida como Rust Belt (“cinturón oxidado”), por la decadencia postindustrial que arrastra desde los ’80. El Rust Belt se extiende desde el estado de Nueva York hasta el norte de Illinois, y ver a Russ echando acero al horno (Out of the Furnace es el título original, algo así como “salido del horno”) es como ver a un Hombre de Cromagnon, pintando figuras de animales sobre las paredes de la cueva. Todo esto, claro, no es más que el telón de fondo para el drama que va a venir, y que es bastante más visto. Como Cristo –paralelismo explicitado por una escena en la que asiste a un sermón en la iglesia–, Russ cargará con una culpa ajena, yendo a prisión por homicidio involuntario, tras un accidente cuya responsabilidad fue enteramente del otro chofer.
Rodney no es Caín, sino apenas un muchacho que se niega a trabajar en la misma acería que llevó a su padre a la cama de hospital donde agoniza, cuidado por el tío Red (Sam Shepard). Ante la falta de trabajo, sólo quedan las apuestas ilegales, la deuda con Petty, prestamista local (Willem Dafoe), el enrolamiento en el ejército. Cuatro veces va Rodney a Irak (¡!). Cada vez que vuelve está igual, pero peor. Para condonar la deuda con Petty, Rod deberá pelear para él, en las peleas por apuestas que se hacen en la calle. Allí, lo que se le pide no es ganar, cosa que perfectamente podría hacer, sino perder. Pero el demonio de esta fábula no es Petty sino Harlan DeGroat (Woody Harrelson), verdadera bestia salvaje, rey sin corona de una zona de los Apalaches en la que lo más parecido a la civilización son él y sus sicarios.
Habrá una muerte, y de allí en más La ley del más fuerte deviene la historia de venganza en la que la única legalidad que vale es la del título en castellano. La historia de siempre: te guste o no, a la larga deberás tomar las armas, si quieres ser un hombre, hijo mío. Con un elenco de oro en el que la única mujer es Zoe Saldanha –que como corresponde traiciona al héroe, aunque en el fondo sea buena; la traición es más fuerte que ella–, hay una forma de reconocer a los que actúan bien de los que no en La ley del más fuerte. Los primeros (Bale, Affleck, Dafoe, Shepard, uno de esos secundarios soñados llamado Tom Bower) hablan y se comportan con naturalidad. Los segundos (Forest Whitaker, que hace de policía inútil, pero sobre todo Harrelson, en un ostentoso paso en falso) enronquecen la voz y posan de duros, de malos malísimos, de villanos más grandes que la vida.