En la previa de las nominaciones a los Premios Oscar del 2013, dos ausencias llamaban poderosamente la atención. Primero Prisoners, un thriller de suspenso excelente al cual su candidatura a mejor fotografía le quedaba chica, y por otro lado Out of the Furnace, que reunía delante y detrás de cámaras al suficiente talento como para justificar que se la tuviera en cuenta. No puede decirse que la Academia –que tiende a votar a los mismos de siempre y a ignorar a algunas de las verdaderas gemas que se producen año a año- se haya equivocado demasiado a la hora de pasar por alto a este nuevo film de Scott Cooper, un drama violento que, si bien tiene sus méritos, no termina de vivir a la altura de sus expectativas.
El guionista y director de Crazy Heart –film que se llevó dos de los mencionados galardones en la temporada 2010- plantea una sencilla parábola sobre la venganza con un thriller ambientado en un pequeño pueblo post-industrial del noroeste de los Estados Unidos. Es una producción que, si bien no puede considerarse ciertamente génerica, transita por reconocibles lugares comunes mientras busca plantear en una forma honesta y descarnada un drama criminal en tiempos de una flagrante crisis económica mundial. No obstante, para ser un film de este estilo, con un espacio controlado, número de personajes reducido y un argumento sin demasiado vuelo, son muchas las cosas que se dejan al azar, lo que acaba por disminuir la calidad del producto final hasta simplemente un trabajo digno, el cual no puede ser ignorado por la cantidad de figuras que tiene en su elenco, más que por lo que el cineasta logró con ellas.
Tratándose de un aspecto tan importante en la vida de sus protagonistas –condena, muerte, amor, todo está atravesado por él-, el tiempo es un factor que el realizador no se molesta en trabajar o lo hace a medias. Ted Kennedy le da su voto de confianza a Barack Obama en el marco de su primera elección y eso permite situar la historia en un marco temporal, sin embargo en lo que se refiere a duración de la sentencia a prisión del protagonista Russell Baze, incursiones de su hermano Rodney en Irak y demás, no hay una real molestia a la hora de tratarlo. Es que, al igual que lo que se plantea en la película, lo que se sigue es una ley propia: la que permite que un homicida no sufra ningún tipo de castigo o la que le deja al personaje central salir de la cárcel manejando un auto, luego de haber sufrido una condena indeterminada por haber atropellado y matado a alguien. Out of the Furnace avanza gracias a decisiones ilógicas de sus involucrados, quienes contra todo juicio hacen elecciones de vida o muerte, favoreciendo este último aspecto por sobre todos los demás.
Como se ha manifestado más arriba, no se trata de una producción que pueda ser ignorada a raíz del talento que la lleva adelante. Christian Bale, Casey Affleck, Sam Shepard, Willem Defoe, Zoe Saldana, Forest Whitaker, todos conducen sus personajes con aplomo, con actuaciones esperables de un elenco de esta categoría, en una película con más corazón que cerebro, más sangre caliente que cabeza fría. No es una sorpresa ya que es una de las figuras más regulares de una industria que no termina de reconocerlo -año a año pasa como un camaleón de un papel a otro y siempre logra destacarse-, pero el trabajo de Woody Harrelson es absolutamente notable, como un villano al que se debe temer desde su temprana aparición en pantalla, con un acto de violencia desmedida e impunidad para el cual uno no termina de estar preparado.
Out of the Furnace es una metáfora clara y su título lo hace evidente. Prisión, ejército, una zona montañosa en la que se sigue una ley propia, cada personaje sale de su propio horno, cada uno con su tiempo de cocción. Russell, un hombre que trabaja en una acería -como para hacer el planteo más obvio-, ha madurado, se ha cocido como correspondía y trata de salir adelante siguiendo reglas. Hace lo que de él se espera, aunque todo se le de vuelta y vea que el camino del ciudadano recto no es el indicado. Rodney todavía arde, hierve de furia frente a un Estado que lo ha usado y dejado de lado, y si bien se rehúsa a hacer lo mismo que su hermano, aún puede ser moldeado. Harlan DeGroat, por último, ya se quemó al punto de convertirse en un individuo que se rige por sus propias reglas, al que pueblerinos y policías le temen por igual.
Lo que hace Cooper con ellos es la clave de la película y sus decisiones en la segunda parte, tanto argumentales como morales, son las que acaban por generar una sensación de disconformidad, de un aprovechamiento parcial de los enormes recursos a disposición, para terminar con un resultado que despierta menos pasiones de las esperadas. El director, más dispuesto que otros a filmar en locaciones -lo que llevó a su alejamiento de la adaptación The Stand-, ofrece una bella mirada sobre la zona de Rust Belt y la música -Release de Pearl Jam resume toda la banda sonora- ayuda a completar un panorama estético de primer nivel. En la etapa de fundición y calentamiento, de presentación de sus personajes, del diseño de la historia, de puesta en funcionamiento de la maquinaria, es una producción destacada. Cuando esta se encauza durante la mitad restante hacia un molde de policial clásico plagado de clichés, es que se pierde todo lo obtenido en la previa. Un verdadero término medio.