Sobreviviendo con violencia en los márgenes
Dos hermanos viven una vida casi marginal en Rust Belt, un pueblo cuya pobre economía gira en torno a una acerera que está a punto de cerrar. El escaso trabajo se vuelva cada vez más escaso. Es entonces que el hermano mayor (Christian Bale) termina en la cárcel por un accidente de auto y su hermano menor (Casey Affleck) –ex combatiente de Irak– comienza un declive muy difícil de remontar.
Con un elenco de grandes actores y emulando la violencia de directores como Michael Cimino y Paul Schrader, el realizador Scott Cooper arma un drama intenso con elementos policiales y una mirada sórdida y cruda de estas vidas en declive. Las escenas de gran violencia, impactantes y difíciles de tolerar, funcionan como una forma efectista de realismo bastante discutible. Pero ese naturalismo que la película parece buscar con mucha intensidad –no falta la cámara en mano, la suciedad en todas y cada una de las personas y los ambientes– lo abandona al querer realizar una metáfora importante –émula de El francotirador (The Deer Hunter, 1978) de Michael Cimino, por ejemplo– y subrayada. Cuando la película decide darse esa importancia, curiosamente la pierde. Sus símbolos y metáforas resultan muy torpes en contraposición a toda su estética.
Hay muchos ejemplos de cómo construir una mirada dura sobre la realidad de un pueblo y sus habitantes sin cae tan fácil en impactos superficiales. Lo más criticable de La ley del más fuerte es lo efímero y directo de su discurso. Los actores le dan a todo una enorme gravedad pero cumplen igual con su trabajo.
A los protagonistas hay que sumarle a Woody Harrelson, cuya facilidad para pasar de un film a otro de simpático a monstruoso es impresionante, y otros actores de gran nivel como Willem Dafoe, Sam Shepard, Zoe Saldana, entre otros.
La venganza como móvil puede producir tensión e interés, pero cuando se quiere decir algo importante, más vale que lo que se haga esté a la altura de lo que se anuncia. No pasa esto con esta película que trata de imponer gravedad en cada una de las escenas. Tampoco ayuda demasiado la violencia y la sordidez que el director explota al máximo y que produce más asco que efecto dramático.