Mitología de andar por casa
Existen directores a los que el paso del tiempo no les ha sentado nada bien. El finlandés afincado en Hollywood Renny Harlin es uno de ellos. Encumbrado por el público (aunque nunca fue muy del agrado de la crítica) con títulos tan exitosos como Duro de matar 2 (1990); Riesgo total (1993); Alerta en lo profundo (1999) o La isla maldita (2004, estrenada directamente en video en Argentina), su prestigio como cineasta experto en películas de acción fue decayendo progresivamente mientras sus trabajos eran cada vez peores.
Los buenos tiempos en los que actores como Sylvester Stallone, Bruce Willis o Samuel L. Jackson eran fijos como cabezas de cartel pasaron a mejor vida, y ahora cuando vemos asociado su nombre a subproductos tan sonrojantes como Pacto infernal (2006); 12 desafíos (2009) o la reciente La leyenda de Hércules, film que ahora nos ocupa, no podemos más que echarnos las manos a la cabeza y darle la razón a quien acuñó la frase de que cualquier tiempo pasado fue mejor (Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre). Harlin intenta de manera infructuosa servirnos un peplum (género fílmico que puede conceptualizarse como cine histórico de aventuras que tuvo su época gloriosa allá por la década de los años sesenta del siglo pasado) recargado de efectos especiales bastante chapuceros y unas tres dimensiones tan cutres que podrían servir para mil y una parodias.
La historia de Hércules y de algunos de sus doce trabajos le sirve como excusa para proponernos un ejercicio fílmico rodado de manera torpe y desaliñada, con un guión de culebrón tan simple y bochornoso que podría estar escrito por cualquiera que pasara por allí. Y qué decir de un elenco actoral que parece elegido de cualquier obra de teatro de final de curso, la mayoría de ellos dotados de mucho más músculos que cerebro, destacando sobremanera la poca expresividad del protagonista del film, un Kellan Lutz (visto en Inmortales y famoso después de haber aparecido en la saga Crepúsculo) que cada vez que mira a cámara parece estarse preguntando cómo demonios ha podido caer tan bajo.
Estamos sin duda ante una mala mezcla de Gladiator, de Ridley Scott y 300, de Zack Snyder; una muestra de serie Z que alguien debería explicar cómo ha podido llegar a estrenarse en casi todo el mundo cuando muchas buenas películas jamás llegarán a ver la luz de una pantalla. Menos mal que la crítica ha sido unánime y ha condenado a esta infumable pérdida de tiempo a las mismas galeras en las que los protagonistas deben sudar la gota gorda. Escenas como la lucha con el León de Nemea, del que se cuenta que después de matarlo lo despojó de su piel parecen sacadas de cualquier pelea que tenía el Tarzán de Johnny Weismuller con aquellos cocodrilos de pega. O qué decir de aquellas otras en las que siguiendo la estética de videojuego debe enfrentarse a un sinfín de luchadores invencibles mediante alardes infográficos que parecen sacados de la peor de las películas de artes marciales chinas.
En fin, un auténtico disparate disfrazado de periplo mitológico sin pies ni cabeza que viene a demostrar lo desorientado que el realizador se encuentra en este momento de su carrera. Y parece que la cosa no va a quedar ahí, porque ya tiene preparado un nuevo proyecto (la cinta de terror The Dyatlov Pass Incident) a punto de estrenarse que ya se ha podido ver en algún certamen de prestigio (concretamente en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya que tiene lugar en Sitges) y que ya ha sido vapuleada por aquél que ha tenido la oportunidad de sufrirla.