Para fanáticos de la epopeya
Apenas comenzada la película y luego, con el correr de los minutos y confirmando las sospechas que se disparan al inicio, La leyenda de Hércules se asienta en un principio curioso, algo así como que cada posible espectador es virgen en cuanto al cine y de esa manera puede digerir toda la extensión del film sin tener ninguna referencia.
Entonces, bajo esta presunción, el artefacto dirigido por el finlandés Renny Harlin se dedica a saquear películas del noble y vapuleado péplum (el género que se asienta en historias de aventuras en la antigüedad clásica) en una producción sin alma que cuenta el nacimiento de un héroe, Hércules, hijo del dios de la Guerra Zeus y de la reina Alcmena, que con el tiempo se enfrentará a su padrastro Anfitrión, un tirano sediento de poder.
Suerte de prima bastarda de Gladiador, la historia protagonizada por Kellan Lutz (Crepúsculo), sin ningún escrúpulo copia prácticamente sin modificaciones la línea argumental del film de Ridley Scott –el protagonista es vendido como esclavo, el hijo del rey cumple el papel del pérfido y envidioso personaje que le arrebata la gloria, el héroe lucha no sólo contra una tiranía que agobia a su pueblo sino para estar junto a la mujer que ama– y por supuesto, tiene una puesta calcada de la sobrevalorada 300 u otros subproductos televisivos como la serie Espartaco.
La epopeya que construye Harlin (El exorcista: el comienzo, Máximo riesgo), lejos de cualquier referencia seria a la mitología griega, se compone de muchísimos ralentis, una interminable proliferación de músculos inflados y convenientemente depilados, esteticismo berreta para las escenas de acción, una historia de amor sin pasión ni empatía, un elenco anodino, elementos que conforman una puesta sin alma, que deja poco margen para conformar un producto con algún atractivo para el espectador medio, salvo para los fanáticos del género para quienes puede ser entretenida.