Una de togas para no tomársela en serio
Caso curioso el de La leyenda de Hércules. Basada muy pero muy libremente en el popular héroe de la mitología griega, el film del finés Renny Harlin bebe directamente de las fuentes de 300, adosándole un dramatismo y superficialidad digno de los telefilms melodramáticos de los ’90. Queda sobrevolando la duda sobre la intencionalidad del proyecto: hacer una película “en serio” o una gran sátira de las péplum (término que agrupa a aquellas películas de toga) norteamericanas.
El poderoso Hércules es producto de la unión de la una reina germinada por Zeus. Pero nadie sabe eso más allá de ella. Mirado de reojo por su padre Amphitryon, el forzudo está, por si no fuera suficiente, enamorado de la princesa de Creta con la cual quieren casar a su hermano, por lo que se lo sacarán encima enviándolo a un frente de batalla en Egipto para una muerte segura. Muerte que no llega, ya que sobrevivirá convertido primero en esclavo y luego en un poderoso luchador. Tanto que hasta que obtiene su libertad en una de esas peleas, ganándose así el derecho de volver a casa por su revancha.
La revancha incluirá una serie de batallas rebosantes de efecto digitales, todas interconectadas por una serie de diálogos altisonantes (“Estuviste en sus últimos suspiros”, “Lo único que temo son cada una de tus partidas”, etcétera) y un elenco siempre listo para la sobreactuación. El premio mayor se lleva Kellan Lutz, un protagonista cuya musculatura es inversamente proporcional a su talento.