El aprendizaje en una aventura clásica aggiornada
En tiempos de pirateo generalizado y descargas masivas de Internet son escasas las películas que aún pueden llevar mucha gente a las salas. Unas que todavía lo hacen son las infantiles, porque el cine sigue siendo una buena salida familiar. Otras, las de gran espectáculo, formato reacio a reducciones. Finalmente, las tridimensionales, porque hasta ahora no había televisores 3D (habrá que ver qué pasa de ahora en más). El ideal del productor masivo sería, por lo tanto, una película de gran espectáculo para niños, en 3D. Esa película es La leyenda de los guardianes, que al estar basada no en una novela sino en las tres primeras de una saga, le suma un plus a la ecuación soñada. Si a ésta, que acaba de estrenarse en Estados Unidos, le va bien, quedan doce novelas más para sacarle el jugo. Será plata ganada en buena ley: basada en una serie escrita por una tal Kathryn Lasky, la película aggiorna la aventura clásica, de un modo que Las crónicas de Narnia no han sabido hacer hasta ahora. Y Harry Potter, sólo cuando cae en buenas manos.
“Las viejas historias nos permiten aprender de ellas”, sermonea el papá de Soren en la primera escena. Cine de aventuras metalingüístico, La leyenda de los guardianes es una vieja historia que reivindica las viejas historias. El héroe, llamado Soren, está más cerca de La isla del tesoro o Peter Pan que de su tocayo Kierkegaard: con búhos o lechuzas por protagonistas, toda posible angustia existencial se sublima lanzándose en picada. Tal vez por una malalechosa asociación con las brujas, aquí las lechuzas –bichos pacíficos y preciosos, en la realidad– son malas y los búhos son buenos. Soren es un búho, como su hermano Kludd y su hermanita Eglantine. Raptados por unos lechuzones, a miles de kilómetros de papá y mamá, los tres se dividirán para siempre entre las buenas y malas causas. ¿Negro y blanco? Ya se dijo que La leyenda de los guardianes remite a la aventura clásica para niños, y ese no es un género que abunde en grises.
Con animación digital a cargo de Animal Logic –firma que tuvo a cargo la de Happy Feet–, la idea de una épica protagonizada por aves da por resultado búhos y lechuzas trompeándose con las alas, tirándose patadas voladoras con las patitas de atrás y entrelazándose en tomas dignas de 100 % lucha. La relación que la película establece con los mitos es indecisa. Soren se sorprende cuando el héroe de su infancia le hace saber que si hizo la guerra, fue contra voluntad. Un par de escenas más adelante, sin embargo, el muchacho (perdón, pero todo es tan antropomórfico...) se convence de que los mitificados relatos de guerra que el papá le contaba eran tan ciertos como documentales del mundo animal. Igualmente contradictoria es la oposición entre el héroe mítico, veterano curtido que no cree en romantizaciones, y un segundo padre sustituto de Soren, cuya visión mistificadora la película remacha con música celta.
Guerreras de raza blanca, manchadas de rojo alusivo, las lechuzas son lisa y llanamente nazis. Se consideran “puras”, hacen culto de la fuerza, tienen a los débiles por raza inferior y un discurso de su líder, en acto masivo, parece salido de El triunfo de la voluntad. Brusco viraje del realizador Zack Snyder, cuya 300 glorificaba la fuerza brutísima. En términos visuales, Snyder invoca cielos color durazno y borrascosas noches nevadas a las que el 3D da relieve, reservando para algunas batallas el típico “efecto Matrix”, de ralentis, congelados y accelerandis. Más allá de contradicciones e inconclusiones, La leyenda de los guardianes funciona porque cree en lo que narra, poniendo la técnica al servicio del relato y el relato al servicio de la aventura. Aventura clásica, de esas que involucran aprendizaje, lealtad y héroes de ojos bien abiertos. Y no sólo porque sean búhos.