A más de 100 años del nacimiento del personaje de Edgar Rice Burroughs y de sus múltiples versiones cinematográficas (que repasamos recientemente en este genial informe), la película de David Yates llegó a nuestras salas justo en vacaciones de invierno, con una campaña de prensa movidita que incluyó la visita de su protagonista Alexander Skarsgård a nuestro país. La pregunta es: ¿vale la pena revisitar a este personaje o mejor nos quedamos en casa viendo Netflix?
La Leyenda de Tarzán arranca en el Congo, en plena colonización, donde Leon Rom, el villano principal y emisario del Rey Leopoldo II, interpretado una vez más por Christolph Waltz, anda detrás de unos diamantes fundamentales para salvar la economía belga. Tras un enfrentamiento inicial con la tribu de los guerreros, su líder, Mbonga (Djimon Hounsou) se los proveerá, pero a cambio de Tarzán. Ahí, con este breve encargo, comienza a desarrollarse la acción. De vuelta en la civilización, John Clayton III recibe una invitación para volver a la selva, supuestamente como emisario de comercio del parlamento. Como la idea no le convence al principio, aparece aquí George Washington Williams, el negro copado estadounidense encarnado por Samuel L. Jackson, quien pide que acepte ya que será su gran aliado de cara a abolir la esclavitud. Ah, entonces ahí sí, de pronto Clayton acepta embarcarse. El mismo breve tire y afloje respecto al viaje se repite en relación a una estresada Jane (Margot Robbie), que acaba de perder un embarazo: inicialmente la idea es viajar solo, pero se llega rápidamente a un consenso en el cual ella también se embarca. Nota al margen, Jane fue realmente una adelantada a la época: estaba estresada antes que el estrés fuera identificado y tratado como una patología.
Y una vez en la jungla, la acción se desarrolla de manera previsible: la pareja y el negro copado son recibidos por la tribu pacífica; los colonos secuestran a Jane; en el camino a liberarla, Tarzán vuelve a encontrarse con su lado animal y, con la ayuda de la naturaleza, termina expulsando a los colonos, liberando así a Jane y a los esclavos.
Lo mejor de la película se centra en su costado ideológico: se muestra con fuerza que los colonos son “los malos” que vienen a expropiar y a esclavizar al más débil con fines claramente económicos y políticos, despreciando toda vida -tanto humana como animal- que se les ponga delante. De hecho, los villanos pueden dividirse en dos subgrupos: la tribu de guerreros se plantea como un primer antagonista, cuya enemistad inicial con Tarzán se fundamenta desde un costado humano y, en un punto, comprensible (recordemos que toda la peripecia se da por el pedido de llevar a Tarzán de regreso a la selva, y el jefe no pide que regrese con intenciones de invitarlo a tomar el té de las 5). Por otro lado, los colonos representan el mal mayor: sus intenciones imperialistas los sitúan en la vereda de enfrente de los nativos guerreros, los pacíficos, los animales, el propio Tarzán… no les importa nada más que su propio bolsillo.
Desde la narración el gran acierto es que Yates no se detiene mucho explicando quién es y cómo se forma Tarzán, sino que se apoya en el conocimiento popular del personaje, dando sólo los detalles básicos y remitiéndose a hechos puntuales sobre el pasado del personaje que ayudan a comprender globalmente el conflicto.
El costado visual de la película también tiene una gran intensidad: además de situar cada secuencia en sub-espacios precisos dentro de la jungla que ayudan al desarrollo de la acción, la gama de colores atrae mucho al ojo y sabe generar momentos completamente dinámicos tanto por la dirección de los encuadres como por el movimiento interno y el ritmo del montaje, acompañados de una banda sonora correcta, tirando a buena.
Pero por más que haya cosas positivas, también hay cosas flojas. El desarrollo de las acciones y las motivaciones de los personajes se ven un poco forzadas, esquemáticas, simples. Está bien que estamos ante una película meramente de entretenimiento, para toda la familia, pero creo que peca en exceso de simplona. Por ejemplo, lo que pasa con la tribu nativa es un dramón, pero el guión no le da el desarrollo suficiente para que nos identifiquemos con ellos ni con su sufrimiento, entonces no sentimos las ganas ni la fuerza de acompañar a Tarzán en la misión de evitar que sean esclavizados. Lo mismo al inicio de la película, cuando se toman las decisiones que detonan los conflictos: todo queda tan explícito que parece forzado e injustificado, con actuantes que responden a un guión y no con personajes que tienen motivaciones y objetivos propios. La acción general es predecible, nunca hay un riesgo, el personaje femenino que empieza a las piñas y patadas se termina desdibujando y en el tercer acto da lo mismo que Rom tenga secuestrada a Jane o a una bolsa de papas fritas.
En otro orden de cosas, las secuencias visualmente poderosas que mencionábamos anteriormente no son suficientes para mantener en vilo a un espectador un poquito exigente. La adrenalina de un plano, la incertidumbre sobre si el héroe conseguirá o no su objetivo, empiezan por el guión para luego ser narradas visualmente en este código, a este ritmo. Si no estás contando nada, por más que las secuencias visuales estén buenas, estamos en la nada misma: no te enganchás, no te involucrás, solamente asistís a un trailer eterno de un chabón (demasiado) musculoso colgando de una liana.
VEREDICTO: 5.0 - ¡DEVOLVÉ LAS MALVINAS, CLAYTON!
No vale la pena pagar una entrada de cine para ver toneladas de CGI que intentan enhebrar el relato flojo y esquemático de La Leyenda de Tarzán. La propia película es autoconsciente de su simpleza cuando, al secuestrar a Jane, le explican "él Tarzán, tú Jane, siempre va a venir por tí". Y porfi, Skarsgård: tomáte unas birras, que tus abdominales me ponen nerviosa.