Tarzan es uno de los personajes de ficción más reconocidos de la cultura popular. Desde la pluma de Edgar Rice Burroughs en las famosas historietas pulp luego llevadas a novela, hasta la inmortal personificación de Johnny Weissmüller, entre varios otros; su solo nombre ya nos da una idea de lo que hacemos referencia; un hombre que abraza su naturaleza salvaje comportándose según los instintos animales con los que fue criado en la selva luego de haber quedado abandonado; un héroe primitivo.
Los grandes estudios siempre tuvieron afecto por esta historia que choca en algunas aristas con la también popular El Libro de la Selva. Sus adaptaciones a la pantalla son incontables; y esta vez el encargado de darnos su visión es David Yates, más conocido por las últimas entregas de la saga Harry Potter.
No puede negarse una vuelta de tuerca a lo que ya conocemos desde tantas miradas, esta La Leyenda de Tarzán podríamos decir que se ubica donde la historia más conocida termina.
Tarzán ya es reconocido como John Clayton III (Alexander Skarsgård), vive en Inglaterra junto a su esposa Jane (Margot Robbie) y se ocupa de tareas de consulado.
En los territorios del Congo, se continúa con una vil actividad minera que utiliza a los originarios de la zona como esclavos para encontrar unos preciados y escasos diamantes.
John se entera de esta situación, y por los consejos de su amada esposa decide regresar a aquellas tierras junto al expedicionario George Washington Williams (Samuel Jackson) para interiorizarse y frenar el maltrato.
También viaja Leon Rom (Christoph Waltz), un emisario de los exploradores, que hará todo lo posible para mantener el status quo.
Retomando los primeros puntos, Tarzán es sinónimo de instinto salvaje, de hombre-mono; entonces ¿Por qué habría de interesarnos verlo en tareas diplomáticas?
Llamativamente, este Tarzán vía Yates y los guionistas Adam Cozad y Craig Brewer, pareciera buscar permanentemente parecer lo más humano y civilizado posible. Más de la mitad del metraje lo veremos con atuendos elegantes y bien acicalado, luego mantendrá siempre unos pantalones exacta y permanentemente mojados para despertar los suspiros del público indicado.
Los orígenes del personaje serán presentados de modo escaso, casi renegando de ellos, a modo de flashbacks cortos y desaprovechados. El resto, el ritmo es plano plagado de diálogos en el primer tramo y con escenas de aventura repetitiva luego, como si la historia no pudiese avanzar por sí sola una vez que llegamos al Congo.
Es una suerte que en un film que comprende ritmo por avance de cámara, la acción no sea abrumadora, si bien el 3D está desaprovechado aún en los pases de liana, nunca llega a transformarse en algo confuso. Simplemente se acerca de una escena de aventura a otra, y así, sin siquiera otorgarle la gracia propia de los recordados seriales.
En cuanto al rubro interpretativo hay algunas decisiones desacertadas y otros actores que se repiten en lo que ya hacen de taquito. Watz debería probar alguna vez hacer un personaje medio, centrado, su villano es otra vez la caricatura que le conocemos de los films de Tarantino y básicamente todo en lo que participa. Lo mismo podríamos decir de Samuel Jackson, relegado a un comic relief fuera de época, un Shaft de siglos pasados. Margot Robbie exuda belleza y clase, pero su Jane que en los papeles luce más decidida que en otras ocasiones, no expresa conexión con su amado, con los lugareños del Congo ni con la pantalla, quizás su palidez exprese algo de frialdad. Por último, Skarsgård es obligado a filmar un largo comercial de perfumes o bebidas espirituosas de clase; es un salvaje sexy, siempre en pose y delicadamente desalineado o muy acicalado, con el bronceado exacto y el pelo greñoso pero con buenas ondulaciones para la cámara lenta.
La referencia a Greystoke es inmediata, los rubros técnicos en más de un tramo intentan emularla. Pero el film de Hugh Hudson se erigía como una gran puesta, que contaba la historia completa y se hacía fuerte a la hora de ir a la aventura captando la atención cuando la historia en la civilización se hacía presente; algo que aquí no ocurre, ni lo uno ni lo otro.
Más allá de sus aciertos en la amalgama con lo digital (la interacción con los animales CGI está muy bien) y la baja del efecto bombástico, La Leyenda de Tarzán comete el grave pecado de no poder nunca despertar el interés en el público, las escenas transcurren y más de una ve no sabemos qué es lo que está sucediendo, no porque sea confuso, sino porque nuestra atención se encuentra dispersa.
Las intenciones de hacer algo diferente estaban, pero siempre hay algo que se debió tener en cuenta, las reglas básicas de la historia es peligroso tocarlas. Un Tarzán que reniega constantemente de ser llamado así, que no reconoce en los animales a su familia, y que permanentemente extrañe su apacible vida en la civilización inglesa… y sí, probablemente eso no sea Tarzán.