Tarzán vuelve a la pantalla grande y tiene los mejores abdominales del mundo. Uf.
El rey de la selva está otra vez entre nosotros con una vuelta de tuerca más aventurera y una historia romántica a cuestas que trata de alejarse de las versiones anteriores.
Olvídense, por un momento del “hombre mono” que fue criado por simios en la jungla, y piensen en un lord inglés que vive en una enorme mansión junto a su esposa y una parva de sirvientes.
Así comienza “La Leyenda de Tarzán” (The Legend of Tarzan, 2016), una nueva adaptación de la clásica historia de Edgar Rice Burroughs, a cargo del director David Yates, conocido por las últimas entregas de la saga de Harry Potter.
Alexander Skarsgård (por siempre el vampiro Eric de “True Blood”) se pone en la piel de John Clayton, heredero del nombre y la fortuna familiar que abandonó la selva desde hace tiempo y ahora vive tranquilamente junto a su querida Jane (Margot Robbie), también criada entre animales salvajes y nativos del Congo.
John es tentado por la corona belga para regresar a su hogar natural, pero sólo acepta la “misión” cuando George Washington Williams (Samuel L. Jackson) lo insta a tomar conciencia de las atrocidades que se cometen en el lugar como la matanza indiscriminada de humanos y animales, así también como la esclavitud.
Los Clayton viajan con la esperanza de reencontrarse con viejos conocidos, pero pronto descubren que es una treta para atraer su atención. El responsable es Leon Rom (Christoph Waltz), quien trabaja bajo las órdenes del rey Leopoldo y sólo busca apresar a Tarzán y así intercambiarlo por una cuantiosa suma de diamantes que podrán salvar la baqueteada economía belga.
Por ahí viene la trama de esta aventura non-stop que nos hará recorrer cada rincón de la selva y sus peligros cuando Rom tome a Jane como moneda de cambio. El pasado de Tarzán y su amada, el motivo por el cual Mbonga (Djimon Hounsou) –jefe de una tribu de guerreros- busca venganza, la avaricia del hombre blanco y otras cuestiones se mezclan en esta historia que todos conocemos muy bien, aunque dista muchísimo de, por ejemplo, la versión animada de Disney.
John debe volver a sacar a su fiera interior (esa que trató de esconder por mucho tiempo) para atravesar cielo y tierra, y rescatar a su esposa que, acá, es mucho más combativa y no se queda en el simple papel de damisela en peligro, aunque se esfuercen demasiado en recordárnoslo cada dos minutos.
Skarsgård y Robbie hacen lo mejor que pueden con una historia llena de clichés y poca sustancia, son lo mejorcito de esta aventura que intenta tener un mensaje más profundo cunado se mete con cuestiones más humanitarias (la gran novedad, si se quiere), pero se queda por el camino en medio de tanta acción y flashbacks que van y vienen en el relato para contarnos el pasado de estos personajes y cómo se conocieron.
“La Leyenda de Tarzán” tampoco se impone desde lo visual, sobre todo si la comparamos con “El Libro de la Selva” (The Jungle Book, 2016) y sus geniales criaturas animadas. Ojo, tampoco tiene efectos desastrosos y muchos movimientos de cámara nos dan una gran sensación de estar inmersos en medio de la acción, pero se notan algunos de sus “hilos”.
Lo peor, aunque no lo crean, son Waltz, Jackson y sus estereotípicos personajes, los mismos que vienen repitiendo desde hace años (pueden culpar a Tarantino por ello) y acá molestan más de lo que aportan a la historia. En serio, Rom es insoportable desde el minuto cero.
“La Leyenda de Tarzán” intenta darnos una nueva visión del personaje de Burroughs, pero a pesar de sus buenas intenciones, se queda por el camino, incluso se vuelve aburrida cuando insiste en concentrarse en la historia de amor entre Tarzán y su Jane, gente linda, pero no lo suficiente para captar nuestra atención a o largo de dos horas de película.