El intento de volver a traer a Tarzán a la gran pantalla es un fracaso tanto en la teoría como en la práctica. El mundo ha evolucionado tanto que un hombre así de perfecto ya no puede funcionar en ningún tipo de narración.
Hay personajes que nunca mueren. Con más de 100 años de vida, Tarzán de los Monos es una de esas figuras que acompañan a la humanidad hace tres generaciones. Su primera aventura fue escrita por Edgar Rice Burroughs en 1912 y publicada en una revista. Su popularidad aumentó muchísimo, llevando a Burroughs a completar 25 libros que relataron las historias del hombre-mono. En latinoamérica es tal vez más conocido por la adaptación que Disney hizo en el año 1999, pero la cantidad de productos anteriores es inmensa: los abuelos de cualquier espectador seguramente crecieron con, por lo menos, un libro de Tarzán en su biblioteca.
La situación en Congo es complicada. El Rey Leopold de Bélgica, un reino con serios problemas económicos, organizó una red de trenes que ayudará a la zona a prosperar, pero muchas aldeas están siendo atacadas y sus habitantes, secuestrados. Tarzán (Alexander Skarsgard), el niño amado de África, es ya un aristócrata inglés hace años, y el Rey Leopold busca su bendición para esta campaña, frente a los medios. Durante esta reunión, entra en escena John Washington Williams (Samuel L. Jackson), un norteamericano que sospecha que la red de trenes en Congo es una operación sucia para esclavizar a sus habitantes. Al escuchar esta idea, Tarzán decide viajar e investigar la situación. Al mismo tiempo, el Capitán Rom (Christoph Waltz) es enviado a África para obtener las Joyas de Opar, que ayudarán al gobierno belga a pagar sus deudas, pero sólo las conseguirá después de entregar a Tarzán vivo al jefe de la tribu (Djimon Hounsou).
La carrera del director, David Yates, no es estelar en cuanto a performance, pero aún así se lo considera exitoso: las últimas cuatro películas de Harry Potter fueron dirigidas por él. Su trabajo en La Leyenda de Tarzán es lastimoso. No sólo crea escenas de transición completamente olvidables, sino que las secuencias de acción obligan al espectador a escanear la pantalla constantemente en busca de información para entender semejante desorden. Todo sucede en partes distintas de la pantalla y a gran velocidad, y esto genera una incomodidad que no termina hasta el final de la película.
Si no fuera por el trabajo de Samuel L. Jackson, La Leyenda de Tarzán sería absolutamente insoportable. Ni siquiera Christoph Waltz, que una vez más debió meterse en el papel de un villano medio pelo, logra reflotar esta combinación de fracasos. Alexander Skarsgard, a pesar de encajar bien con el Tarzán que buscaron representar, hace un muy mal trabajo en cuanto a actuación, al igual que Margot Robbie, que tampoco tuvo muchas oportunidades de mostrar su habilidad.
El personaje de Tarzán ya no funciona. En su origen era una suerte de Superman, un hombre casi perfecto físicamente, exageradamente inteligente y sufrido, que defiende a los débiles y odia a los malvados. En el año 2016 es difícil incluir un comodín como este, el público pierde interés frente a héroes tan perfectos. La batalla entre el bien y el mal atrapa sólo a los niños, y es posible que el asunto de la esclavitud incluido en La Leyenda de Tarzán no sea entendido o apreciado por ellos. El intento de traerlo de vuelta al cine actual es admirable, pero sólo va a ser un personaje atractivo cuando se lo baje de la nube y se lo traiga al mundo real como al resto de esos super-hombres tan celebrados el siglo pasado.