El rey de la selva regresa sin fuerza a la jungla
Desde hace más de una década que se venía planeando realizar otra película del personaje creado por Edgar Rice Burroughs. Varios guionistas, escritores y actores fueron pasando a lo largo de todos estos años por este proyecto que finalmente se concretó con este filme titulado “La leyenda de Tarzán”. Tiene 102 años el rey de los monos, y si bien pudo sobrevivir a lo largo del tiempo, la dificultad para llevarlo a la pantalla grande seguramente radicaba en tratar de hacer un largometraje con una historia interesante y atractiva en un mundo cinematográfico plagado de películas con miles de efectos especiales y acción trepidante por doquier. No olviden que es un pobre tipo que corre por la selva en taparrabos (bueno, en este caso con pantalones largos).
El planteo de la película es en principio interesante, ya que nos sitúa a Tarzán (Alexander Skarsgård) viviendo en Londres como John Clayton III, Lord Greystoke. Hace varios años que vive allí junto a su amada esposa Jane (Margot Robbie) y sus días en la jungla no son más que un recuerdo. Y en un camino inverso a la historia que siempre han contado en los filmes sobre él, esta vez no sale de la selva sino que vuelve a ella cuando el Parlamento requiera sus servicios como emisario comercial en el Congo. Duda mucho en hacerlo –y acá es cuando el realizador David Yates no puede evitar contar la historia que todos conocemos y hemos visto millones de veces y mediante flashbacks comienza a hacerlo- pero finalmente decide ir a la tierra que lo vio nacer. No irá solo, ya que lo acompañará su esposa –aunque él no quiera– y George Washington Williams (Samuel L. Jackson), que es un norteamericano que tiene muchas dudas de lo que está ocurriendo en ese país que está bajo el mando del rey Leopoldo II de Bélgica. Y no hace mal en dudar, ya que allí están saqueando las tierras, masacrando a los animales y esclavizando a los nativos. Y que Tarzán haya sido invitado es parte del plan del capitán belga Leon Rom (Christoph Waltz), que lo entrega a cambio de un tesoro para su monarca con el que podrían poner en marcha unos planes bastante nefastos.
La película de Yates tiene un buen arranque, entretiene, propone escenarios maravillosos y alguna que otra escena de acción que promete. Pero rápidamente se va diluyendo esa sensación de estar ante un filme que va a cautivar nuestro interés y se vuelve un tanto aburrido. Tal vez si hubiesen profundizado los tópicos que muestran (esclavitud, el imperialismo, el abuso sexual al personaje de Waltz cuando era niño por parte de un cura) el rumbo hubiese sido un poco más interesante. Por ejemplo, Rom está basado en un soldado belga que vivió en el siglo XIX en África y usaba cabezas cortadas de congoleses para decorar sus camas.
A Skarsgård se lo ve un poco tieso en el papel, Robbie está y Waltz y Jackson tienen mucho oficio, pero uno llega a creer que tenían que pagar alguna deuda y por eso aceptaron estar en esta película. Tampoco ayudan mucho algunos efectos especiales que se notan inverosímiles (hay varios de ellos en muchas escenas) y, esto es muy, pero muy, personal y quisquilloso: el grito característico de Tarzán da un poco de pena. Es una lástima que el largometraje se vaya desinflando como un globo y que en la última media hora se torne totalmente previsible y sin sorpresas.
Quién sabe, tal vez veamos a Tarzán cruzando la jungla nuevamente de liana en liana, pero esperemos que con mejor suerte. Por las dudas, llamen a Chita para que lo acompañe.