La figura de Tarzán tiene casi tantos años como el cine mismo y una infinidad de adaptaciones, tanto en la pantalla grande como en la chica. Para todo aquel que no siguió de cerca la saga de libros de Edgar Rice Burroughs tendrá como referente más próximo a la versión de Disney de 1999 y ya. En la primera adaptación live-action en décadas, The Legend of Tarzan de David Yates marca un nuevo capítulo en la historia del trepalianas, pero uno que no dejará mucha huella en un futuro cercano.
Ambientada a fines del siglo 19, encuentra al forajido asentado en la sociedad victoriana junto a su bella esposa Jane, habiendo dejado la jungla atrás para recuperar su nombre y su estado nobiliario. La excusa para volver a la selva es la división y conquista del Congo por parte del imperio británico de un lado y Bélgica del otro, aunque por detrás hay una -siempre- turbia historia de esclavitud y extracción de diamantes. Acompañados por un emisario americano, el parlanchín George Washington Williams de Samuel L. Jackson, John y Jane se embarcan de regreso al viejo continente, mientras que desde las sombras los espera el maquiavélico villano Leon Rom, que interpreta Christoph Waltz.
El viaje de regreso está aderezado con flashbacks que tiene John Clayton a sus aventuras previas, con un extenso trabajo de parte del guión de actualizar aquello que ya vimos en el ya clásico de Disney: la llegada del bebé Tarzán con su familia original, su duro crecimiento entre los animales, su encuentro con Jane y demás. Es un esfuerzo notable de parte del guión de Adam Cozad y Craig Brewer, pero se sienten todo el tiempo forzados y le quitan fuerza a la trama principal. Es un claro intento de ofrecerles a la audiencia una refrescada a la historia de Tarzán, pero no siempre funciona del todo. Pero ése no es el único problema con que cuenta la película.
Un director tan consagrado en grandes películas como la saga Harry Potter debería sentirse cómodo frente a una superproducción de este calibre. Mas no es el caso, ya que las escenas de acción no terminan de cuajar nunca y la calidad de los efectos digitales deja bastante que desear durante ciertos pasajes, volviendo irreal la frondosa selva. Pero nada llega a ser tan excitante como una aventura con Tarzán debería serlo. Alexander Skarsgård parece haber nacido para el papel, tanto por dentro como por fuera. El actor nórdico está en plena forma física para interpretar toda la ferocidad del costado más animal del personaje, y literalmente le pone todo el cuerpo a la producción, levantándola ahí donde las fallas se hacen mas notorias. Margot Robbie lo sigue de cerca con su iteración de Jane, a partes iguales aguerrida y damisela en peligro, que no tiene mucho que hacer excepto cuando interactúa junto a Alexander. Por el lado secundario, Samuel L. Jackson es simplemente el Jackson que todos conocemos, sin variaciones en su carácter pero siempre aportando esa chispa especial que lo hace tan reconocido. Triste es lo de Waltz, que sigue cavando un pozo construyendo villano tras villano poco memorable luego de su más que tibio paso por SPECTRE, y ni hablar de Djimon Honsou, una cifra en toda la trama.
The Legend of Tarzan es un tembloroso inicio de una posible nueva saga para el querido personaje, que tiene sus pros y contras pero sale adelante en cuanto Skarsgård deja salir su instinto animal a flote. Mejor suerte le espera a Yates en noviembre, cuando reinicie el mundo mágico de Harry Potter con el spin-off Fantastic Beasts and Where to Find Them. O eso esperamos.