TARZAN SÍ, COLONIA NO
Tarzán pertenece a esa categoría de personajes clásicos como Sherlock Holmes, Drácula o el Zorro, ya centenarios e intergeneracionales, que siempre están volviendo. Prueba irrefutable de la reencarnación, desaparecen del mapa solo por un tiempo para regresar siempre baja la misma/otra forma. Creado en 1912 por Edgar Rice Burroughs para el mercado de los pulps, “Tarzán de los Monos” paso, con mejor o peor suerte por la literatura, el comic, el cine, la televisión, el dibujo animado y los video juegos, produjo copias y parodias, tuvo encarnaciones míticas con estrellas que le estarán por siempre asociadas (Johnny Weissmuller es el clásico) y otras cuantas olvidables.
Cuando se anuncia una nueva versión de un personaje así, la reacción inmediata es refleja: escepticismo. ¿Cuánta más leche se le puede sacar a un concepto mil veces explotado, sobre todo para generaciones que no crecieron con sus aventuras o no lo tienen entre sus principales referentes? David Yates, el responsable en la dirección, ya tiene experiencia en adaptar personajes y universos ajenos. Por lo menos con uno, ya que dirigió cuatro films de Harry Potter y está por estrenar Animales fantásticos y dónde encontrarlos, spin off de la saga del aprendiz de mago. La partida es difícil, pero se puede decir que esta versión 2016 es una bastante digna, que no pretende instalarse como definitiva ni refundar el personaje, pero que se deja disfrutar como relato clásico de aventuras, a la vez que actualiza la marca como para una agenda moderna aun respetando el contexto histórico.
Un acierto es el de evitar el pretensión de todo reboot de volver a contar por milésima vez el origen y dedicarle al mismo toda su primera parte. Por el contrario el film arranca con un Tarzán que ya está de vuelta de África, instalado cómodamente como John Clayton en su mansión de la Inglaterra Victoriana, junto a Jane, su eterna compañera, y disfrutando (o no tanto) de una celebridad de folletín. De su origen nos enteramos por flashbacks, un poco para entender la interioridad de personaje y otro poco para enterar al espectador que a esta altura no lo conoce. El relato transcurre en 1884, con África repartida entre las potencias coloniales, con el Congo en particular reclamado por el Rey Leopoldo de Bélgica. Tarzán es convocado engañosamente a abandonar sus comodidades burguesas y volver a la región que lo vio nacer. Una vez descubierta la celada, John Clayton tendrá que volver a ser Tarzán y, como parece que andar en liana y hacer acrobacias entre los arboles es como andar en bicicleta, usar todo su potencial salvaje para deshacer el entuerto, rescatar a su amada y poner fin a los desastres que los esbirros coloniales están llevando a cabo.
Esta versión renovada del personaje evita de manera consciente el eurocentrismo y las implicancias racistas o condescendientes con que a veces se abordó en el pasado y le plantea una agenda progre. Anticolonialista, mostrando la rapiña con que las potencias europeas someten al continente africano, ecologista, mostrando la explotación del marfil y los diamantes, y de tolerancia racial, mostrando la esclavitud a que son sometidos los nativos. Ello contrapuesto a la relación de respeto y amistad que Tarzán siente por los animales y por los pueblos nativos. Este Tarzán de Alexander Skarsgård ya no es “el rey de la selva” imponiéndose sobre los mismos, sino que se integra como “uno de ellos”. La Jane de Margot Roobie presenta, a su vez, un perfil de mujer fuerte que no se conforma con el rol de damisela en peligro y hasta se permite ironizar con este.
Más allá de estas reinterpretaciones, el argumento es bastante simple y lineal, cumple como entretenimiento y sirve para mantener al personaje icónico con vida hasta la secuela, si los números acompañan (parece que no), o hasta la próxima reencarnación.
LA LEYENDA DE TARZAN
The Legend of Tarzan. Estados Unidos. 2016.
Dirección: David Yates. Intérpretes: Alexander Skarsgård, Margot Robbie, Christoph Waltz, Samuel L. Jackson y Djimon Hounsou Guión: Adam Cozad y Craig Brewer, sobre personajes e historias creadas por Edgar Rice Burroughs.. Fotografía: Henry Braham. Edición: Mark Day. Musica: Rupert Gregson-Williams. Duración: 110 minutos.