Alma salvaje
Desde su creación por parte de Edgar Rice Burroughs en 1912, han pasado más de 200 obras que trataron de alguna forma al personaje de Tarzán. Fue necesaria la dirección de David Yates para traernos una nueva versión del rey de la selva, quien fuera criado por la tribu de los temibles gorilas Mangani, donde nos ahorra toda una larga explicación sobre su origen.
En esta oportunidad, La leyenda de Tarzán nos ubica en Inglaterra, luego del regreso de John Clayton / Tarzán (Alexander Skarsgård) y su esposa Jane (Margot Robbie). Europa se encuentra en pleno camino a instalar sus colonias y saquear los tesoros de África, esclavizando a los habitantes y destruyendo culturas. Mientras tanto, la excusa perfecta es la civilización de los pueblos conquistados.
El Rey Leopoldo II de Bélgica envía a Léon Rom (Christoph Waltz) para encontrar los diamantes de Opar en el Congo, y es allí donde el jefe Mbonga (Djimon Hounsou) le ofrece a Rom intercambiar esas joyas que su rey necesita a cambio de Tarzán, para cumplir con su venganza. John Clayton niega la invitación que le ofrecen para regresar a su lugar natal y ser homenajeado, hasta que es convencido por George Washington Williams (Samuel L. Jackson), un emisario norteamericano que sospecha que podría estar involucrado el tráfico de esclavos de las poblaciones aborígenes del lugar en la zona minera del Congo.
¿Cuáles son los puntos a favor de La leyenda de Tarzán? Por un lado tenemos una muy buena fotografía al mando de Henry Braham, donde la creación del ambiente de la época es una gran labor del equipo de dirección artística, y es notoria la utilización de colores grises para la ciudad y paletas de amarillos, naranjas y rojos para las escenas que se desarrollan en la selva.
También tenemos un guion bastante simple, que si bien en muchas oportunidades puede resultar en contra, esta vez propone una nueva historia para dotarle de otra personalidad al personaje y no agotarnos, y sobre todo propone una mirada crítica a la historia, en cuanto a los aspectos sociales que la formaron. No es común ver en una película de este estilo la visión puesta sobre un pueblo que se pone de pie ante sus invasores.
La evolución del rol femenino en el cine es verdad que se viene dando con mayor fuerza en los últimos años (casos como Los juegos del hambre y Star Wars: El despertar de la fuerza son los más significativos), y la Jane de esta versión no es la excepción. Ya no se trata de la comprometida del héroe que espera a que la rescaten, sino que por el contrario se trata de una mujer fuerte, de armas tomar y que se compromete con la acción. No le escapa al peligro y lo enfrenta.
Alexander Skarsgård interpreta sobriamente a Tarzán gracias a una combinación de músculos que le otorga la personalidad del hombre salvaje, y una dosis de introspectividad que lo diferencia de ese hombre primitivo.
Las fallas más notorias podemos encontrarlas en Christoph Waltz, quien como emisario de los exploradores, lleva adelante uno de sus peores papeles cinematográficos. Posiblemente sea a partir del poco aprovechamiento del gran actor que tenían enfrente los guionistas (Adam Cozad y Craig Brewer), quienes no supieron exprimir su potencial y lo dejaron relegado a un malvado típico, sin matices diferenciales, más parecido a sus personajes tarantinescos. De la misma forma sucede con Samuel Jackson, relegado a un personaje bastante repetitivo.
Y por último en las escenas de acción: muchas veces pierden el sentido de ser y no logramos encontrar esa que quede en nuestra retina. Ninguna batalla de Tarzán en esta película quedará en la historia.
Con aciertos y desaciertos que equilibran, la nueva producción de Warner sobre el rey de la selva llega al siglo XXI con una nueva mirada sobre el héroe, que termina con un resultado por demás aceptable.