Cada película de Matteo Zoppis y Alessio Rigo de Righi representa una bestia diferente. Paradójicamente, el equipo técnico de Re Granchio (2021) es similar al de Il solengo (2016) y al de Belva Nera (2013), las obras anteriores de este dúo creativo.
Las tres coproducciones también comparten otras circunstancias. Se ambientan en Viterbo, Italia. Inician con cazadores hablando sobre relatos de otras épocas, unas más remotas que otras. Y así como los dimes y diretes abordaban en esa ocasión la cuestionada existencia de una pantera en Belva Nera o del “jabalí solitario” Mario de Marcella en Il solengo; acá estos lugareños nos dan una primera impresión de Luciano, el protagonista “borracho y loco”.
Eso sí, de inmediato lo conocemos nosotros de vista. Luciano también está enamorado y el papá de su amada les hace la guerra.
Hablemos ahora de algunas diferencias con las obras previas. Las tres películas son coproducciones ítalo-argentinas y por primera vez Zoppis y Rigo ambientan parte de la historia en este país latinoamericano.
Además Vittorio Giampietro compuso las bandas sonoras de las tres. Sin embargo su repertorio de instrumentos y melodías cambia para esta ocasión. Las notas en espiral del saxofón de Il Solengo son más dilatadas acá y las acompañan tambores y flautas. Acá hay también escenas de cantos tradicionales mientras allá era música compuesta sin voces ni coros.
Allá ficción y documental se entremezclaron. El registro documental consistía en las narraciones de los lugareños. Y claro, toda narración busca veracidad cuando a fin de cuentas el discurso siempre delata al sujeto que habla.
Por esto acá los relatos son interpretados por actores y algunos cazadores actúan en las historias. La obra está dividida en dos capítulos y es visible una técnica interpretativa en ellos. Luciano está interpretado por un artista performativo, Gabriele Silli, quien aparenta ser dos personajes diferentes.
Así este juego de disfraces le ofrece a los realizadores la oportunidad de afianzar sus ficciones camuflando lo documental. A partir de una leyenda que conocieron grabando sus dos películas anteriores, estos cantos y engaños de paisanos adquieren voz propia y ya no desde la sorpresa como con la vida de Mario.
Acá hasta la gama de colores en la propuesta visual de Simone D’Arcangelo es más amplia. Junto a las estepas, los árboles y las cuevas que aparecían allá; se suman ríos, mares, peñascos y caminos pedregosos. Acá la calidez del hogar es menor y la soledad se hace más palpable.
Y los varios rojos de esta obra multiplican los sentidos simbólicos. Roja es la muerte, la violación, la promesa de un tesoro en la forma de un cangrejo. Rojizos también son el agotamiento, la tristeza en las venas oculares de Silli, y las paredes del bar donde Luciano se desahoga con vino y canciones.
Y finalmente en esta obra premiada hay más parodia. Las citas a los géneros del western ironizan a Boccaccio, Pasolini y Herzog con planos llenos de posibles lecturas y relecturas como el cuidado a no caer en preciosismos. Aunque esos autores emergen como influencias comprobables, Zoppis y Rigo abordan puntillosos la ambigüedad de narrar desde la vida tan particular de seres sumamente foráneos a lo citadino.
Por ese reflejo invertido, como el del rostro de Luciano en el lago al inicio de la obra, la filmografía del dúo ahonda en los vericuetos de narrar y describir. Y si es cierto que esta es una obra similar a un cangrejo que no va para adelante ni para atrás sino un poco para todos lados, como indica Diego Lerer [enlace]; lo será desde la metáfora y la técnica.
Con una constancia similar a los movimientos laterales de cámara utilizados en medio del verdor, el dúo acompaña a estos personajes errantes, observados u observadores. Y lo hacen enfrentándolos a las contradicciones instintivas y narrativas de sus errancias.