EXIGENCIAS DEL RELATO
“Al leer una historia habitamos en ella –comienza la voz en off–. Lo que más le gustaba a Florence era dar paseos para reflexionar sobre las emociones que había sentido”. Es innegable que los primeros minutos de La librería coquetean con ciertas semejanzas entre filme y libro basadas en dos grandes aspectos: por un lado, el tono (onmisciente) de la narradora y los recitados de las cartas del Sr. Brundish a cámara, un constante intercambio entre la volatilidad de la palabra hablada y cierto modo de escritura que interpela al lector en su vínculo con el relato; por otro, un despliegue de escenarios naturales perdidos, casas fantasmagóricas, encuentros pintorescos, un pueblo peculiar y la caracterización cuidada de cada uno de los habitantes de Hardborough en una suerte de pasaje descriptivo de los detalles literarios hacia las imágenes y gestos en la gran pantalla.
El universo creado por la española Isabel Coixet y basado en la novela homónima de Penélope Fitzgerald, que aparece como guiño en venta, se enmarca en un ambiente delicado, atractivo, con un halo romántico y personajes singulares que oscilan entre aquellos que parecen agotados en vida o sin incentivo y quienes intentan realizar sus deseos sin importar la dificultad que esto conlleve. Ambas posturas se plantean de forma medida, correcta y con pequeños matices que buscan quebrar los esquemas de previsibilidad.
Por otra parte, no hay ningún mensaje estereotipado ni moraleja sobre el amor por la lectura o los beneficios que ésta pueda producir en el individuo. Por el contrario, la protagonista acepta que se trata de un pueblo poco interesado por los libros –con la excepción del recluido Sr. Brundish– y compra Old House para vencer ese desafío y cumplir su sueño.
Más allá de esto, la película presenta un gran inconveniente que radica en la construcción contradictoria de Florence. Si bien numerosos personajes remarcan su coraje y pasión por los libros y hasta ella misma le comenta al Sr. Brundish que seguriá en Old House a pesar de las intenciones de Violet Gamart de convertir el espacio en un centro de artes, dicha valentía es inexistente. No sólo la mujer no posee actitudes que demuestren ese rasgo, sino que confía reiteradas veces en gente que sabe que quiere perjudicarla volviéndola exasperadamente ingenua. Para una persona ávida de lectura, con gran inteligencia e ímpetu para llevar a cabo un proyecto sola se torna intolerable semejante liviandad a la hora de constituir su temple y la forma de dejarse tratar por los demás. Esto mismo se subraya estéticamente cuando los diferentes personajes aparecen como enmarcados en pinturas dando cierre a la suerte de complot.
El final no hace más que reforzar la manera en que cada uno de ellos habitó su propia historia puesto que no sólo se trata de la disyuntiva entre aquellos que parecen agotados en vida y los que intentan realizar sus deseos sin importar la dificultad que esto conlleve, sino de quienes se alejan de ambas posturas para empezar a conocerse a sí mismos y elegir qué relato experimentar.
Por Brenda Caletti
@117Brenn