La inglesa Penelope Fitzgerald escribió esta historia más o menos inspirada en su propia experiencia como librera, allá a fines de los '50. Es una historia tan delicada, calma y suavemente conmovedora que sólo podían haberla llevado al cine dos españoles: José Luis Garci, madrileño, adaptándola a su país en esos tiempos, o Isabel Coixet, catalana, ambientándola con la mayor fidelidad posible en Gran Bretaña, y con intérpretes ingleses. Lo hizo ella, y el resultado es casi impecable. En la pantalla se enfrentan elegantemente dos mujeres: la joven viuda que ha decidido instalar una librería en donde nunca la hubo, un pueblito costero, y la aristócrata del lugar, que de puro egoísta le hace la vida imposible. Detrás, o mejor dicho debajo de esa mujer están los obsecuentes y retardatarios que nunca faltan.
Acompañando a la joven sólo hay una chiquita despabilada y un hombre grande, de edad y de espíritu. Emily Mortimer (hija de un escritor), Patricia Clarkson, experta en papeles de mala, Honor Kneafsey, la niña, y el impecable Bill Nighy juegan esos papeles de un modo admirable, al mejor gusto inglés. A eso se suman las bellezas del lugar, el poético elogio de los libros y las librerías, y el aporte del músico Alfonso de Villalonga y el director de fotografía Jean-Claude Larrieu.
En síntesis, una delicia, tan buena como la novela. Pero con un pequeño detalle, que se agradece: Isabel Coixet le mejoró un poquito el desenlace, para que todo el mundo pueda salir de la sala con una sonrisa más amplia.