A casi quince años del estreno de “La Llamada” (The Ring, 2002), remake de la japonesa “Ringu” (1998) –curiosamente dirigida por Gore Verbinski, que esta semana estrena otro bodrio terrorífico-, nos llega una nueva entrega que trata de adaptarse a los tiempos modernos rompiendo un poco el esquema de las dos primeras películas y apartándose de la “mitología” que supo construir Samara y su VHS maldito.
Nada de esto le ayuda a una trama repleta de lugares comunes, la estupidez de la mayoría de sus personajes y el hecho de que decide cambiar los orígenes de la nena de pelo larga y poderes mortíferos.
Ya desde su primera secuencia, la muerte de un muchachito arriba de un avión que vio la famosa cinta y ya le llegó su hora, el director F. Javier Gutiérrez decide cambiar las reglas y ofrecer una apertura que no aporta nada a la trama más allá de la excusa de saber de dónde salió el casete del infierno. Dos años después, las pertenencias del difunto llegan a las manos de Gabriel (Johnny Galecki), un profesor universitario que arma todo un experimento social alrededor de las imágenes de Samara.
Julia (Matilda Lutz) y Holt (Alex Roe) son una parejita súper enamorada que debe separase cuando él marcha rumbo a la universidad. A las pocas semanas, ella pierde todo contacto con su novio y, como este no le contesta las llamadas, decide armar un bolsito e ir a averiguar que anda pasando con el muchacho. La chica logra contactar con el profesor y descubre de qué la va esta leyenda de la cinta mortal. Cuando averigua que a Holt le queda poco tiempo de vida, decide sacrificarse y ver la película para darle una nueva chance a su enamorado. Pero hay algo diferente en el video. A Julia se le aparecen nuevas imágenes perturbadoras. La chica siente que Samara intenta decirle algo y, junto con Holt, enfilan hacia el pueblito donde el cuerpo de la nena fue finalmente enterrado.
Ya, de entrada, molestan tantas decisiones apresuradas y arbitrarias. “La Llamada 3” (Rings, 2017) parece una película de los ochenta donde los personajes (bastante paparulos) hacen las cosas sin pensar en las consecuencias, con la única excusa de hacer avanzar una trama que se contradice con todo lo que vino anteriormente. Nos molesta y nos pone de mal humor que a esta altura sigan cada uno de los clichés del género al pie de la letra, eso sí, Samara aprendió a manejarse perfectamente con la tecnología moderna y ya no necesita teléfonos de disco y videocaseteras para causar terror. ¡Aguanten los plasmas, las notebooks y los smartphones asesinos!
Lo más triste de todo esto es la participación de Vincent D'Onofrio, demostrando que Netflix no le pagó lo suficiente y necesita hacer estas changuitas para tener un buen pasar. Es la única manera de explicar por qué aparece en esta secuela tan innecesaria, que sólo sirve como excusa para reabrir una nueva saga de terror que no aporta absolutamente nada al género y, como si fuera poco, le toma el pelo al espectador.