Ya no queda ni un atisbo del folclore nipón, del cual se nutrían la primera y segunda entrega de La llamada, en esta secuela desgastada.
En el año 2002, de la mano de Gore Verbinski, surgía una cinta que renovaba los tópicos del cine de terror: El Aro. Un remake de la película japonesa Ringu, dirigida por Hideo Nakata, que narraba todo un drama de horror, en el que espíritu de una niña se manifestaba a través de una película maldita.
Quien veía las imágenes, a su término, recibía una llamada telefónica en la que una voz fantasmal pronunciaba la frase "siete días". Este era el plazo que establecía Samara —el espíritu de la nena atormentada— antes de corporizarse y matar a quién veía el video. Esta maldición solo se revertía haciendo una copia de la cinta para que la mire otra persona. Una especie de cadena embrujada.
A modo de secuela, en El Aro 3 la trama se centra en Julia (Matilda Anna Ingrid Lutz) y Holt (Alex Roe), una pareja de novios que se adentrarán en una investigación científica sobre el caso de Samara y a través de señales manifestadas por su ánima, culminarán descubriendo el doloroso origen de la niña.
En esta entrega los antiguos vhs se reemplazarán por videos on line y su reproducción en ordenadores y celulares. Y dejando atrás toda la mitología fantasmal oriental, Samara será una víctima más del mal catolicismo, aquel emparentado con los sacerdotes pedófilos y abusadores. Una historia oscura que se irá develando de forma predecible.
Paradójicamente, El Aro 3 retoma todos los vicios del género en los que no caían sus antecesoras. Es una especie de remedo, por momentos parece que estamos viendo Destino final, por otros No respires y encima desgasta hasta el hartazgo la figura de Samara, la cual antes era utilizada como una especie de Macguffin para que los personajes avancen en la trama y se genere más suspenso.
Una fórmula narrativa repetida y un guion mal resuelto hacen que este film navegue a la deriva. Una pena que El Aro 3 no respete la esencia del relato original, aquel en donde el drama y el horror se fusionaban de tal manera que el dolor de Samara traspasaba la pantalla.