Una bella reflexión sobre nuestra necesidad de contacto
ADenis Villeneuve siempre le interesó trabajar los géneros clásicos, pero a partir de conflictos de fuertes implicancias emocionales. Tras Incendies, La sospecha, El hombre duplicado y Sicario -y antes de hacerse cargo de la secuela de Blade Runner-, el realizador canadiense incursionó en la ciencia ficción con una notable película, pero que puede prestarse a confusiones.
Si alguien leyera la sinopsis (doce naves desembarcan en distintas zonas del planeta y ponen a la humanidad al borde de una guerra total) podría pensar que La llegada es una película en la línea del cine catástrofe de Día de la Independencia. Nada de eso: se trata de una reflexión de corte existencialista sobre las dificultades de nuestra civilización para comunicarse que remite más a propuestas como Encuentros cercanos... o E.T., de Steven Spielberg; 2001, odisea del espacio, de Stanley Kubrick; las búsquedas poéticas de la filmografía de Terrence Malick o los ensayos filosóficos de la obra de Christopher Nolan. La protagonista es Louise Banks (Amy Adams), experta profesora de lingüística de torturada vida personal que, en medio del caos social que se desata tras la invasión alienígena, es convocada por las autoridades para encontrar la manera de comunicarse con los extraterrestres antes de que los otros gobiernos (sobre todo, el chino y el ruso) pierdan la paciencia e inicien un ataque contra las naves estacionadas. En el equipo de élite que se conforma de urgencia se le une Ian Donnelly (Jeremy Renner), un físico que también busca la forma de interpretar a y conectar con esos seres que parecen ser bastante más inteligentes y pacientes que los humanos.
El film trabaja en varios niveles: el íntimo de la heroína, el de los progresivos avances en la comunicación con los alienígenas, y el de las negociaciones en las altas esferas para enfrentar tan extrema situación. Puede que el guión de Eric Heisserer tenga por momentos una impronta new age demasiado idealista y naïve, pero La llegada nunca deja de entretener y fascinar. Con imágenes de un lirismo que en Hollywood no abunda, se trata de un film para disfrutar, sí, pero también para pensar.