Parece mentira que La llegada y Rogue One pertenezcan al mismo género, la ciencia ficción, porque en principio no parece haber dos películas más diferentes. Es una buena demostración de la versatilidad de los géneros, que aún con sus reglas funcionan como un recipiente al que se puede llenar prácticamente con cualquier cosa.
La película del canadiense Denis Villeneuve cuenta la historia de la llegada de extraterrestres a la Tierra. De pronto, doce extrañas naves nodrizas aparecen en el cielo en distintas partes del mundo. No hay contacto ni amenaza concreta, simplemente están ahí, suspendidas en el cielo. Cada país reacciona de forma diferente. El Gobierno de los Estados Unidos contrata a una lingüista, Louise Banks (Amy Adams), para que los ayude a comunicarse con los aliens. La prioridad es saber qué quieren, cuál es su objetivo, por qué vinieron.
El ritmo es parsimonioso y el tono es seco pero el guión -de Eric Heisserer, autor de la muy buena Cuando las luces se apagan- sabe que tiene entre manos un misterio y lo va paladeando. Los primeros 40 minutos, hasta que Louise está finalmente cara a cara con los aliens, son de revelación gradual. Cuando están a punto de entrar a la nave, el personaje de Jeremy Renner (un físico que acompaña a Louise) pregunta “¿cómo lucen los aliens?”, una pregunta que el espectador se viene haciendo desde el minuto 0, y uno de los militares le contesta: “Paciencia, ya lo verás”.
Después la película toma una dirección diferente. El ritmo sosegado continúa, pero la pregunta de por qué los aliens están en la Tierra pasa a segundo plano y la historia cobra un cariz más dramático y filosófico que recuerda a los peores momentos de Interestelar. Pero La llegada tiene una ventaja respecto de la película de Christopher Nolan: tiene a Villeneuve al volante. En parte porque el canadiense es un gran creador de climas y en parte porque al no ser el autor del guión lo adivino matizando algunas cosas -mientras que Nolan en Interestelar se daba manija-, La llegada se sostiene hasta el final y logra su cometido de dejarnos tristes y melancólicos.
Aún cuando el plot twist se adivina y por momentos el argumento se vuelva tedioso, Villeneuve mantiene el control y lleva a buen puerto una película ambiciosa y difícil. Esta vez sin la ayuda de su DF Roger Deakins pero con la presencia brillante de su musicalizador, el islandés Jóhann Jóhannson, que echando mano a un motivo de Hans Richter le aporta a La llegada una atmósfera bigger than life inigualable.
Y por supuesto está Amy Adams, el corazón y centro de la película, el personaje al que atraviesa todo, número fuerte para los Oscar que se avecinan.