Error humano
La llegada es un ambicioso filme de ciencia-ficción con momentos fascinantes, aunque cierto énfasis narrativo y dramático hacia el final hace a la película más humana que extraterrestre.
El año comenzó y concluye con dos filmes de ciencia-ficción desafiantes: primero fue la invasión de interiores de 10 Cloverfield Lane de Dan Trachtenberg, y ahora le toca el turno al encuentro lingüístico del tercer tipo de La llegada de Denis Villeneuve, director encargado de la secuela de Blade Runner que ya esbozó un abordaje sobrenatural en la pequeña pero recordable El hombre duplicado (2013).
El preámbulo es breve: la lingüista Louise Banks (Amy Adams) pierde a su hija en un hospital por una enfermedad terminal, y mientras enseña en una clase semivacía se entera por vía mediática que un conjunto de naves extraterrestres ha desembarcado en distintos sitios de la Tierra. El ejército estadounidense (para el que ya trabajó anteriormente, en una lucha contra “insurgentes”) la recluta en un abrir y cerrar de ojos. La mujer pronto llega a la base militar, donde se erige inmutable un enorme “cascarón” vertical de forma ovoide, al que ingresará escoltada por el científico Ian Donnelly (Jeremy Renner) y el coronel Weber (Forest Whitaker).
Un túnel geométrico y pedregoso con estética a lo H.R. Giger llevará a la comitiva enfundada en trajes naranjas a su objetivo, una gigantesca pared transparente que deja ver a los alienígenas: dos criaturas monstruosas con apariencia de pulpos que serán llamados heptópodos (y, de manera más amigable y audiovisual, Abbott y Costello) por sus siete extremidades, que se comunican con unos círculos de humo que expulsan sus manos-ventosas.
A su manera una mezcla de héroe espacial, mediadora transespecie y madre trágica entre la Sigourney Weaver de Alien, Jodie Foster de Contacto y Sandra Bullock de Gravedad, Louise emprenderá el arduo trabajo de descifrar la lengua de los recién llegados (con carteles-pizarrones que rezan “Humanos” o “Louise”) a la vez que se acrecientan los flashbacks domésticos en que dialoga con su hija muerta. De fondo y en pantallas, el mundo entra en eclosión por “la llegada”, en tanto que Rusia, China y otros países poco amigables para los Estados Unidos planean una respuesta hostil y poco empática contra los aliens.
Ese runrún global es lo menos interesante de La llegada, que concentra sus mejores momentos en el choque visualmente abstracto y emotivamente pedagógico entre Louise y los heptópodos, una experiencia fascinante que amerita ser experimentada en cine.
Lamentablemente, lo que Villeneuve ahorra en acción banal y efectos especiales pirotécnicos lo desperdicia en un desenlace enfáticamente lineal, previsible y edulcorado teniendo en cuenta que el eje de la historia es la relación compleja y circular entre lenguaje y tiempo. Un error demasiado humano para un filme que parecía felizmente extraterrestre.