Una tragedia, todas las tragedias
Más de diez años pasaron de aquella noche en el boliche de Omar Chabán y de aquellos despropósitos públicos y privados que se llevaron docenas de cadáveres y dejaron cientos de heridos de por vida.
Más de diez años pasaron de aquella noche en el boliche de Omar Chabán y de aquellos despropósitos públicos y privados que se llevaron docenas de cadáveres y dejaron cientos de heridos de por vida. Cromañón fue el corte de cuajo a un Estado ciego, al conformismo rockero de entonces y a la carne de cañón siempre dispuesta que representa la adolescencia o no tanto de cualquier época. En ese punto, el trabajo de Mayra Bottero repara en aquellas imágenes del horror, en los testimonios de padres y sobrevivientes, en el lugar que ocupaba la sociedad del momento cuando se daba el visto bueno a un lugar cerrado no acondicionado para un determinado espectáculo. En ese sentido, el documental no sale de ciertas rutinas que exploran en las cabezas parlantes y en la utilización de fragmentos televisivos de noticieros sobre el hecho. No está mal pero tampoco es demasiado original, en cuanto a recursos cinematográficos, que La lluvia es también no verte exprese su interés estético en decisiones formales ya preconcebidas en infinidad de documentales de denuncia. Porque de eso se trata: alertar, comunicar, acusar, dar a conocer una opinión donde las culpas se sintetizan en el rol y en la responsabilidad del Estado que, polémicas mediante, se recuerda que está representado por individuos que sin cargo político alguno también toman decisiones que pueden perjudicar al otro. Por eso, la película decide ir más allá de Cromañón para sumar otros acontecimientos trágicos en donde el Estado también mira hacia los costados. Allí, la propuesta argumental se agranda y trata de abarcar a un Poder desde su faceta criminal, propiciando un discurso demasiado ambicioso y de poco vuelo cinematográfico que constantemente se ve subrayado por el uso de una voz en off (a cargo de la realizadora) que resuena por su carácter mesiánico y excesivamente artificial en sus decibeles poéticos y aleccionadores. Quedan, eso sí, las víctimas de Cromañón, el humo irrespirable que antecede a la muerte y la sensación de que todo podría haberse evitado y no sólo por un sujeto anónimo que arrojó una bengala en un lugar no autorizado para hacerlo. <