Entre la magia de la música y el dolor del destierro
¿De qué va? Apartada de las modalidades documentales más convencionales, la nueva película de Juan Martín Hsu (La Salada, 2014) sigue dos viajes del director y su hermano a Taiwán para el reencuentro con su madre y el resto de su familia.
Uno de los mayores logros que demanda un ejercicio cinematográfico de este estilo es que la presencia de la cámara sea inadvertida o al menos, en caso así esté propuesto, no manipule protagonistas que filma. Teniendo en cuenta este punto y sumando el hecho de que este íntimo proyecto de Juan Martín Hsu prácticamente carece de búsquedas que dependan exclusivamente del montaje, es justo destacar que el resultado final de esta crónica familiar resulta más que atendible.
Tanto en el 2012 como en el 2019, el nuevo proyecto de Hsu sigue los viajes que realizó el director -junto a su hermano- en ambos años a la ciudad de Taipei, Taiwán, donde reside toda su familia y, en especial, su madre, quien abandonó la República Argentina tras el homicidio de su por entonces marido y padre de los Hsu en manos de la mafia china. Sin embargo, no solo este fatídico suceso sepultó la relación de esta madre con el país latinoamericano, sino también otras experiencias dolorosas previas al asesinato que incluían infidelidades y problemas económicos.
Si bien hay mínimas escenas desarrolladas desde la ficción que se ocupan de recrear algún relato puntual o situaciones que podrían devenir de ellos, la mayor parte de la obra es llevada a cabo de manera personal e íntima capturando momentos cotidianos de esta familia taiwanesa y por sobre todo la palabra de la madre protagonista. Como si no hubiese ningún artificio a su alrededor, ella recuerda su pasado con suma naturalidad como si de un reservado momento familiar se tratara, siempre con una fortaleza envidiable, aunque no por ello oculte el dolor de su paso por la Argentina.
Asimismo, Hsu no solo entiende la significancia de la música en su familia, amantes de los karaokes -interpretan una versión de la canción de Teresa Teng que da nombre a la película-, sino también que la concibe como nexo entre los dos países que hacen a su vida. En ese sentido, teniendo en cuenta que pocas son las manipulaciones que hace el director de las filmaciones caseras que lleva a cabo, le destina a la música un lugar más que emotivo, ya que es casi el único elemento que adhiere a la imagen, pero con el detalle de tratarse de emblemáticos temas de rock nacional cantados en mandarín.
Puede que haya algunos momentos que tiendan a ser un tanto excluyentes o confusos para el espectador, justamente a raíz de la naturalidad con la que se desarrolla el núcleo familiar, presentado casi como si se lo conociese de manera previa, pero Hsu es consciente que de esta espontaneidad surgen las búsquedas que verdaderamente le importan en este viaje que, a la vez, se traduce en la película -o momento- más importante de su vida.