“Diez años pasaron sin ver a mi madre, hasta que en 2012 pude viajar de Argentina a Taiwán. Llevé una cámara para capturar momentos y me encontré con una película. Mi madre no era la misma que recordaba, estaba más vieja, y “más humana”. Con la cámara de por medio, nos conectamos como nunca en la vida. Ella siempre fue fría y lejana, pero el dispositivo nos acercó”, señala Juan Martín Hsu acerca de su documental La luna representa mi corazón, en cartelera en el Cine Gaumont y disponible en CineAr.
Se puede pensar a La luna representa mi corazón como una crónica intimista de los eventos transcurridos en los dos viajes de Argentina a Taiwán que realizó Hsu a lo largo de siete años, con el objetivo de reencontrarse con su madre y averiguar lo no dicho sobre el asesinato de su padre. En el interín, Hsu se da cuenta de que, en realidad, su viaje tiene más que ver con trazar un retrato de una madre que siempre, incluso a veces a pesar de ella misma, fue una luchadora inclaudicable.
Así se repasan anécdotas y pedazos de vida, se revelan secretos y se da cuenta de todo un estado de situación, yendo de lo particular a lo general y viceversa. La cámara atenta y alerta de Hsu no pierde un instante que pueda ser significativo- incluso aquellos momentos que parece que no lo son. Da la impresión de que todo lo filma, que el registro es infinito. Ya en La salada, su documental previo, se podían observar estos méritos típicos de cualquier buen documentalista.
Queda corroborado, por si era necesario, que hay aquí un realizador que sabe observar bien de cerca y transmitir su mirada, con las subjetividades del caso, a toda una audiencia que ni idea tiene de este universo que se nos presenta lejano geográficamente y un poco ajeno culturalmente. Humanamente, es imposible resumirlo. Es tan complejo y diverso como cualquier otro universo donde los vínculos son los protagonistas. En Buenos Aires o en Taiwán, nadie es tan simple como lo que una primera visión podría sugerir.
De hecho, a medida que transcurre el documental, cada vez más pequeñas grandes revelaciones salen a la superficie. Demasiadas. Sin priorizar un eje narrativo con suficiente potencia, La luna representa mi corazón llega a ser digresiva sin buscarlo. Menos es más podría haber sido la opción más indicada para evitar cierta redundancia y la morosidad que suele acompañarla. Un criterio de montaje más ajustado, más ágil, le habría dado el ritmo ideal.
Que quede claro que todo esto no ocurre en forma continua. Es muy evidente en ciertas zonas de la película, y es entonces cuando pierde impulso. Pero luego lo recupera y sigue siendo el retrato agudo y lúcido que se vislumbra desde los primeros planos. Un retrato, o una crónica intimista, si se quiere, que de fácil no tiene nada. A eso se le suma la espontaneidad general, otro acierto difícil de lograr. En muchos documentales, sobre todo en los de este estilo, los protagonistas están posando, esperando su turno para hablar, concientes de la presencia de la cámara.
Este no es el caso, ni por asomo. Aquí todo se ve y se siente de una manera muy natural. Como si uno estuviera ahí.