Después de una pandemia que liquidó a la mitad del mundo, un padre y su hija buscan sobrevivir. Estamos ante un film enrolado en la ciencia ficción de la tenue, alejada de los grandes despliegues, centrada en esa relación paterno-filial y en su escasa relación con el escaso mundo de alrededor. Asistimos a algunosflashbacks, a algunos peligros crecientes, a algo de acción sobre el final. Y a la cariacontecida convicción de Casey Affleck (director, guionista, protagonista) para narrar con solvente parsimonia una historia tendiente a los trazos mínimos y la abundancia de palabras, y plagada de conexiones, por ejemplo, con La carretera, con Viggo Mortensen y basada en la novela de Cormac McCarthy, con High Life, de Claire Denis, y también con Cómprame un revólver, de Julio Hernández Cordón.
A diferencia de su hermano mayor Ben, Casey Affleck no está impregnado de los bríos del clasicismo: ya desde su sardónica -y más atractiva- ópera prima I'm Still Here, protagonizada por Joaquin Phoenix, se notaba que su mirada era otra, una más pegada a los vaivenes y errancias de otras zonas del cine contemporáneo. La luz del fin del mundo es una película que evidencia un trabajo concienzudo, esforzado, una construcción sin fisuras. También, acaso, evidencia un déficit de singularidad, que en este tipo de apuestas puede hacer que los resultados sean un tanto decepcionantes, un tanto grises: la solidez y la homogeneidad no siempre (¿casi nunca?) son sinónimos de atractivo y de seducción.