La luz del fin del mundo

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

APRENDIENDO A SOBREVIVIR SE VA LA VIDA

Con ecos de La carretera, aquel film de John Hillcoat basado en la novela de Cormac McCarthy, en La luz del fin del mundo un padre vaga con su hija por el paisaje postapocalíptico de un mundo devastado por una peste que eliminó a casi todas las mujeres. Lo de casi tiene que ver con que en verdad hay algunas mujeres protegidas por ahí y, de hecho, la hija de este hombre lleva el pelo corto y viste como un varón para disimular su presencia femenina en un contexto de hombres salvajes y dispuestos a todo con el fin de sobrevivir. La luz del fin del mundo es el segundo largometraje como director de Casey Affleck, quien además es autor del guión y protagoniza, en un relato que aprovecha el contexto que sugieren la ciencia ficción y el horror para construir un drama paterno-filial, en el que se trabajan nociones como la ética y la moral en un territorio de constante aprendizaje.

Papá (el personaje no tiene nombre que lo identifique) y la pequeña Rag viven en carpas y van cómo nómades, de bosque en bosque, escapando de otras presencias humanas. La luz del fin del mundo es casi una road movie, pero a diferencia de otros films del estilo los personajes no tienen un destino prefijado. A Affleck, como director, le interesa seguir ese viaje sin importar hacia dónde lleve: pone en primer lugar la experiencia y, de hecho, filma en largos planos y con pocos cortes, apresando a sus personajes en los márgenes de la imagen y obligándolos a vivir situaciones límites, a convivir, a mantener vivo el momento. La primera larga secuencia es un ejemplo de esto: una charla entre ambos, adentro del espacio reducido de una carpa, que va dejando pistas de los temas que serán fundamentales en el resto del relato. Si La luz del fin del mundo se pretende un film críptico, dejando en un gran espacio off las explicaciones generales sobre el estado del mundo que retrata, sí hay otros asuntos que se ponen en palabras a partir de la presencia curiosa de Rag. Porque más allá del contexto específico y singular sobre el que se mueven los personajes, la película no deja de ser el drama de iniciación de una niña ante los peligros de un mundo agobiante. El conflicto principal para Rag estará dado por la diferenciación entre ética y moral, en aprender a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, aunque por momentos esos límites tiendan a confundirse. Claro está que el arco dramático de la película pondrá a la niña en el lugar de tener que tomar decisiones que pongan en crisis aquello que aprendió anteriormente.

La luz del fin del mundo trabaja una tensión bastante diluida, que explota hacia el final en una serie de secuencias de acción física muy bien capturadas por el ojo de Affleck: en vez de apostar por lo espectacular, hay en esos momentos una economía de recursos, una parquedad, que busca poner el ojo en lo que importa, en el dolor y en las consecuencias de esos actos en el cuerpo. El director, al igual que su hermano Ben, demuestra conocer la herramienta cinematográfica, aunque en este caso hay una intencionalidad manifiesta de jugar con los códigos del cine indie y de cierta modernidad discursiva. Tal vez lo positivo en Cassey Affleck antes que en otros narradores contemporáneos que ponen lo estético por sobre lo ético, es que su apuesta formal no se desentiende de las emociones de los personajes. Aunque en los momentos en que la película no lo logra del todo igualmente se nota el esfuerzo por intentarlo, más allá de los resultados. Al igual que el pobre papá de su película, que instruye a su hija en el noble camino de la supervivencia. La luz del fin del mundo captura apenas una porción de viaje, tal vez la que sienta las bases de lo que vendrá.