Papá por siempre.
Casey Affleck vuelve a ponerse en la dirección luego de filmar su ópera primera (I’m Still Here, 2010), tomando las riendas de su segundo largometraje tanto detrás como delante de la cámara. La historia de un padre y su hija que deben sobrevivir en un ambiente hostil donde solo pueden contar entre ellos, ofrece un acercamiento del director a tintes de ciencia ficción que le dan contexto a un film puramente dramático. En una realidad donde la mayor parte de las mujeres han fallecido debido a un “virus femenino”, un padre (Affleck) debe ocultar y proteger a su hija Rag (Anna Phlowsky) de quienes se topen con ellos sin buenas intenciones. Una premisa interesante que se debilita conforme el espectador acompaña a los personajes en su viaje.
El film recae principalmente en la relación de supervivencia de los protagonistas. A medida que se movilizan habitando los bosques o lugares abandonados que se encuentran alejados de las ciudades, se puede atestiguar el cariño y el esfuerzo de este padre por mantener a salvo a su hija: educándola, contándole historias que la alejen del constante estado de alarma en que viven, tratando de brindarle una frágil sensación de estabilidad que cambia cada vez que dan con ellos los desesperados hombres que sobrevivieron a la pandemia. Hay un intento desde el guión y la dirección de ofrecer una íntima sensibilidad a la relación de los personajes, no obstante es algo que nunca termina de lograrse del todo.
El relato se encuentra articulado entre el viaje de los protagonistas y los momentos en los que se alterna con breves flashbacks que ofrecen un vistazo a la relación de padre y madre (Elisabeth Moss), lo que retrata la calidez amorosa que luego le brindará a su hija, a la vez que registra el dolor y la desesperanza de los últimos momentos compartidos con su mujer. Ambos tiempos narrativos funcionan para contextualizar y ofrecer una rápida mirada a ese mundo distópico, pero el alcance emocional al que evidentemente se esfuerza en llegar el film nunca lo logra. Si bien la actuación de Affleck y su joven co-protagonista cumplen de manera correcta en cada aspecto requerido por la trama, hay una frialdad latente en las situaciones que se les presentan y un ritmo solemne que evita que se pueda conectar emocionalmente con ellos.
Affleck demuestra tener visión para narrar desde lo visual, algo que se evidencia de manera sobresaliente en la manera que filma los espacios abiertos y naturales que recorren los personajes, o las situaciones de tensión que incluyen una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Pero así como aprovecha esos aspectos, también desde la puesta es que acrecienta esa lentitud y distancia que juega en oposición a la cercanía emocional que intenta lograr, algo que se subraya a través de un mayor uso de tomas fijas, la mirada estática de una cámara que no invita al espectador a aproximarse al relato. Así como el film alterna entre los tiempos narrativos, sucede lo mismo con la toma de decisiones que varían de forma contradictoria entre los aspectos que evidencian el talento de su director y los que sabotean el trabajo logrado.
La luz del fin del mundo es un film que, pese a sus fallas, demuestra de manera intermitente el potencial de un planteo interesante. Como si se tratara de la luz a la que refiere el título, el segundo trabajo de Affleck como director deja entrever unos rayos de luminosidad que resaltan sus buenos aspectos, encontrando su espacio para ingresar entre las grietas. Un film que de seguro no perdure en el tiempo, pero que tomando lo positivo de él puede asentar las bases para un trabajo mucho más sólido. El futuro lo dirá… a menos que se trate de uno distópico.