Parábola del mundo actual contada a partir de una situación postapocalíptica en un futuro incierto, La luz del fin del mundo es una película más intimista y dramática que de acción o suspenso.
Es la relación entre un padre y su hija, la necesidad del primero de proteger y criar solo a su niña. Porque el virus qtb, que ha acabado con la raza femenina y deja a Rag como aparentemente la única mujer en el mundo, podría no haber existido, y ese vínculo tan estrecho se mantendría incólume, igual.
Casey Affleck, el hermano talentoso de Ben, no sólo como actor -ganador del Oscar por Manchester junto al mar-, debuta en la realización de una ficción, tras I’m Still Here, el falso documental con su gran amigo Joaquin Phoenix. Con algo de La carretera, la novela de Cormac McCarthy que el australiano John Hillcoat adaptó al cine, con Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, e Hijos del hombre, de Alfonso Cuarón, Affleck apuesta siempre al minimalismo. Pero no a la fuerza de haber contado, se nota, menor presupuesto que aquellos directores, sino por convencimiento e ideas.
La película arranca con el relato de diez minutos de una historia que Padre (nunca sabemos su nombre) le cuenta a Rag (Anna Pniowsky) en una carpa. Tiene que ver con el Arca de Noé, y es la manera con que Affleck introduce al espectador en la trama, en el universo del padre y su hija y cómo se posiciona ante el público.
Rag puede preguntarle a Padre la diferencia entre moral y ética, o qué es lo importante en la vida, y él siempre tiene una respuesta satisfactoria.
“Soy la única chica de mi especie”, dice por ahí Rag, que tiene el cabello corto precisamente para confundir a los extraños que, difícilmente, se crucen en su camino. No hay posibilidad de confiar en nadie, salvo en ellos mismos.
¿Hacia dónde van atravesando el bosque? Hacia el noroeste, en línea recta, pero ¿adónde? Porque cuando ven una casa que le podría dar refugio y cobijo, el padre sin nombre lo duda.
Para más o menos explicar qué ha sucedido, Affleck apela a breves flashbacks de Padre, en el que habla con Madre (Elisabeth Moss) y ella está enferma.
Y así como no sabemos por qué Rag es inmune, la amenaza y el miedo son constantes.
Llegado el momento de la acción, porque tarde o temprano el enfrentamiento con “la realidad” se iba a dar, y sin mayores aclaraciones o interpretaciones, Affleck pone el peligro en escena, y en primer plano. Es cierto que apela al fuera de campo, y a la iluminación de Adam Arkapaw (True Detective y Top of the Lake) para mostrar contrastes y marcar un espacio abierto por lo general ominoso.
Y así como al final vemos a Rag distinta, sabemos que esa relación de cuidados será, y fue, como una aventura con mucho de amor.