La nueva película del realizador de “Blue Valentine” es un drama entre romántico y ético acerca de una pareja que adopta una niña a principios del siglo pasado. Protagonizada por Michael Fassbender y Alicia Vikander, se trata de un producto cuidado, bello y con un aura de prestigio pero que no produce verdadera emoción ni demasiada tensión.
Un término muy usado décadas atrás, aunque ya pasó un poco de moda, bien serviría para definir esta película de Derek Cianfrance: “cine de qualité”. Adaptado del francés (“cinéma de qualité”), era la forma en la que los críticos y luego realizadores de la Nouvelle Vague calificaban a buena parte del cine que los precedía, basado en prolijas y prestigiosas adaptaciones literarias, más de guionistas que de realizadores, poco propenso al riesgo. LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS remite muy claramente a esos antecedentes, aunque se trate de una película estadounidense que transcurre en Australia. Es prolija, prestigiosa y cuidada. Luce bien y está bien actuada. Pero no parece estar viva: no late, no respira, no vibra. Es como una fotocopia de una película.
Tras revelarse como un interesante director con su segundo filme, BLUE VALENTINE, Cianfrance hizo la poco vista THE PLACE BEYOND THE PINES. Más allá de gustos, ambos filmes dejaban en claro una cierta personalidad y estilo: denso, oscuro, casi melodramático. Los temas vuelven a aparecer en LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS pero se los siente adormecidos, devaluados, envueltos en una narrativa propia de una novela más cercana al estilo best-seller de lo que cree estar.
La película transcurre en 1918, cuando Tom (Michael Fassbender, con un gesto adusto casi inmodificable) vuelve de la guerra y de lo que, uno supone, fueron una serie de cruentas experiencias. Para estar solo y alejado del mundo, toma como trabajo temporario ser cuidador de un faro, en una isla bastante lejos del pueblo más cercano. Le advierten, de entrada, que el último cuidador enloqueció luego de estar años ahí así que le recomiendan o no quedarse mucho tiempo o formar una familia.
Y termina haciendo lo segundo. Rápidamente se enamora y conquista a Isabel (la más vivaz, al menos al principio, Alicia Vikander), la hija de su jefe, y se la lleva a la isla. La vida allá entre ellos empieza siendo bella y tranquila, permitiendo a Cianfrance y equipo pintar un bucólico panorama. Pero al pasar el tiempo empiezan los problemas ya que la chica pierde dos embarazos y queda psicológicamente muy dañada. Demasiado casualmente, apenas después de perder el segundo sucede un hecho rarísimo que les cambiará la vida: un barco perdido en el mar llega hasta sus orillas con un hombre muerto y una beba de unos pocos meses que todavía vive.
Tom duda respecto a qué hacer, pero ella insiste en quedársela y adoptarla. Y él, viendo que la llegada de la niña revitaliza a su deprimida mujer, acepta. Pero, esperablemente, las cosas no serán tan simples ya que lo que en principio parecía ser un acto de nobleza años después pasa a convertirse en algo más parecido a una apropiación, ya que la niña tiene madre (Rachel Weisz). Y, al ellos enterarse, la película pega un giro temático hacia otras zonas moralmente cuestionables o, al menos, ambiguas.
Pero el drama que atraviesan Tom e Isabel nunca parece ser del todo convincente y es solamente desgarrador en algunas pocas escenas, más que nada gracias a momentos actorales logrados. A toda la película le falta intensidad y le sobra prolijidad, como si durante buena parte del relato Cianfrance no soltara las amarras y buscara la medianía del “efecto Oscar”. Si bien la perturbación, reserva y luego culpa y contradicciones de su protagonista masculino son secas e internalizadas, la película no decide nunca su tono, ya que sobre el final, intenta acercarse a una zona más emotiva pero termina saliéndole mal, más cerca del romance dramático y trágico de novelita de aeropuerto que otra cosa.
De hecho, el tema y el lugar permiten un mayor enrarecimiento estilístico (hay siempre señales de que los personajes están a punto de perder su sanidad mental y la propia situación de “apropiación” es de por sí ya bastante perversa), pero en lugar de ir hacia ese lado el guión se encamina a una resolución mucho más prototípica, con un segundo y tercer final que no hacen más que seguir empeorando las cosas. Es una pena, ya que es evidente que hay talento a ambos lados de la cámara y que la historia tiene elementos potencialmente atractivos. Pero LA LUZ ENTRE LOS OCEANOS nunca es más que la suma de sus partes. Se queda en el gesto cuidado del dolor, pero el sufrimiento solo se transmite al espectador de manera esporádica. Como el faro que ambos cuidan, la película se ilumina una vez cada tanto.