A sus suegras les encantará.
La luz entre los océanosLas películas del director Derek Cianfrance no se han destacado especialmente por ser clásicas y convencionales. Guste o no, este cineasta ha realizado films caracterizados por premisas que cuestionan y reformulan los géneros tradiciones de Hollywood. En su opera prima, Blue Valentine, supo reconvertir el melodrama en una destructiva pieza de ciencia ficción romántica y ya para su segundo largometraje, la episódica The Place Beyond The Pines, se aproximó al thriller de manera fresca y reflexiva. Siguiendo la lógica podríamos esperar que su tercer trabajo continuara con esta línea disidente, por eso cuando uno ve La luz entre los océanos no puede evitar quedar perplejo ante tanta memez reaccionaria. Sin ir más lejos, la película parece una producto para TV con mucho presupuesto destinado a estrenarse en el ya desaparecido canal Hallmark Channel.
Desde el vamos, el argumento es un sueño húmedo para suegras en busca de emociones fuertes. Un perturbado veterano de la Primera Guerra Mundial (Fassbender) se casa con una bella y joven maestra (Alicia Vikander) e inicia una nueva vida en un alejado Faro de Nueva Zelanda. Todo va de perlas, hasta que la señorita descubre su imposibilidad de tener hijos y se hunde en lo más profundo de la depresión. En medio de esta terrible situación, las plegarias de la frustrada madre son respondidas y un bebe recién nacido llega en un botecito a su solitaria isla, teniendo así que decidir entre adoptarlo o devolverlo a las autoridades. Como se podrán imaginar las cosas se van a complicar gracias a una serie de hechos fortuitos y acciones impulsivas de los protagonistas.
Llamen a Thalia:
El último trabajo de Cianfrance es un culebrón tan cuidado como artificial. A lo largo de los interminables 133 minutos de duración el espectador es expuesto a montaje tras montaje de los protagonistas leyendo en voice over cartas románticas con planos directamente robados de una portada de Danielle Steele. Es tan fría la relación entre Fassbender y Vikander que parece que se necesitan 60 minutos para establecer su romance, y no basta con escenas innecesarias de su vida idealizada vida cotidiana, sino que también deben subrayarlo en sus diálogos cada cinco minutos. Tanto la dupla de ascendencia germánica como la talentosa Rachel Weisz no ayudan demasiado al tedioso guión y lo único que hacen es saturar de emoción cada diálogo y gesto. Por otro lado, Cianfrance se toma una infinidad de tiempo en presentar los conflictos de la trama y cuando éstos por fin llegan, se resuelven al instante y no alcanzan a tener un desarrollo de algún interés; eso sí, en el medio hay tanto relleno y plano pseudopoético que uno no puede hacer otra que esperar el fin de la película o en su defecto la caída de un asteroide en nuestra sala y la exterminación absoluta de toda vida en el Planeta Tierra.
Conclusión:
La luz entre los océanos es un melodrama tedioso, trillado e interminable disfrazado de arte contemplativo y bienpensante. Un bodrio con todas las letras.