La soledad era esto
El drama profundo que involucra a una pareja, sola en una isla desierta, está bellamente narrada.
Un drama con todas sus cinco letras es La luz entre los océanos, una historia de amor profundo que involucra a una pareja a comienzos del siglo XX en una aislada isla en Australia, sin nada a 160 kilómetros a la redonda.
Hasta allí llega Tom (Michael Fassbender), a encargarse del faro de la isla, una suplencia de tres meses que el héroe de la Primera Guerra Mundial cree le vendrá bárbaro para estar lejos de todo. Pero la suplencia se alarga -el anterior cuidador se arrojó por un acantilado-, y Tom permanecerá por años. No solo, ya que Isabel (Alicia Vikander), una joven a la que conoció en el continente antes de partir, se enamora de él, y las reglas indican que sólo podrá acompañarlo si se casa. Lo que hace, y a partir de allí se desencadena el drama.
Tras la pérdida de dos embarazos, divisan un bote a la deriva. Encuentran un hombre muerto y una beba que llora, y deciden criarla sin informar a las autoridades, haciendo pasar a la beba como propia.
La complicación surge cuando en una visita al continente Tom descubre a Hannah (Rachel Weisz) sollozando ante una tumba vacía: la de su esposo y la de su hijita, que cree muerta.
Todo el recorte preciosista que Derek Cianfrance (el director de Blue Valentine) realizaba con los personajes sobre el paisaje agreste pasa a un segundo plano. El drama gana sustancia y consistencia, entre lo que deben hacer y lo que sienten los protagonistas, entre lo que les dicta la conciencia y el amor a esa niña que criaron, lejos de su verdadera madre.
Las implicancias de La luz entre los océanos pegarán a cada uno de manera diferente, y hasta habrá quien haga un parangón con la apropiación de bebés durante la dictadura.
La sutileza de Vikander (ganadora del Oscar por La chica danesa) va de la mano del agobio y la aflicción de Fassbender y la congoja de Weisz, en esta tragedia bellamente filmada que no deja indiferente al espectador en ningún momento de la proyección.