Mejora notablemente cuando empiezan los planteos morales
La película tiene los mismos defectos (sobre todo lo almibarado del principio) y las mismas virtudes que la novela de la australiana Margot L. Stedman en la que se basa.
Directo desde el Festival de Venecia llega este melodrama basado en una novela romántico-sumarial (no exactamente judicial) con hermosa fotografía del inmenso mar, lindos y muy buenos intérpretes, tono vintage años 20, terribles dolores, abundantes vueltas y revueltas argumentales, fuertes sentimientos de amor conyugal y maternal, hábil manejo de temas importantes, música excesiva y dos o tres finales, como para elegir.
Tiene sus defectos, provenientes de la novela original. Es que su autora, la australiana Margot L. Stedman, se ve demasiado influenciada por el meloso Nicholas Parks, sobre todo en las partes de enamoramiento y en el estirado desenlace. Por suerte también tiene otras influencias, literarias y éticas. Se explica:
Un veterano de la Primera Guerra se casa con un encanto de mujer, se van a vivir tranquilos en un faro lejano, son felices, hasta que ella se trastorna por la pérdida de sus embarazos y le pide al marido quedarse con una bebita encontrada en un bote. La nena va creciendo, todos contentos, pero la verdadera madre la está buscando. Ahí empieza lo bueno, tanto en la novela como en la película, con sus planteos morales, sus revelaciones y su habilidad para hacernos entender la posición y los sentimientos de cada personaje, incluyendo la criaturita y unos cuantos comedidos que algo aportan. Simbólicamente, casi todo transcurre en el lugar de encuentro de dos grandes mares, en una isla llamada Janus, como el dios romano de dos caras. Curiosamente, todo podría suceder también en la Argentina. Cuestión de pensarlo.
Postdata: no hay faro en Janus Rock. El que vemos en la película es el del cabo Campbell, Nueva Zelanda, allá frente al mar de Tasmania. Igual no vamos a ir.