“La Luz entre los océanos” fue dirigida por Derek Cianfrance (Blue Valentine), basándose en la novela homónima de M.L. Stedman y compitió por el León de Oro en Cannes. Cuenta la historia de Tom Sherbourne (Michael Fassbender), un veterano de la primera guerra mundial que ahora se dedica a cuidar el faro de una isla Australiana que une dos océanos. El aislamiento en el que vive le resulta una salida beneficiosa ya que todavía mantiene frescos los recuerdos de la guerra y espera que este nuevo lugar le impida dañar más gente. En uno de sus viajes se enamora de Isabel Graysmark (Alicia Vikander), se casan velozmente para que ella pueda acompañarla en la isla donde intentarán que la vida siga como en el continente. Pero ambos sufren, no por las dificultades que conlleva vivir alejado de todo lo que uno conoce, sino por haber tenido dos abortos y haber dado a luz su tercer hijo muerto. Sus vidas cambiarán radicalmente cuando en la orilla del mar aparece un bote con un hombre muerto y un bebé a bordo que podría resultar la solución a todos sus problemas.
El film tiene un inicio como es debido, con una presentación de lo que va a tratar, seguidamente en su desarrollo, una sucesión de imágenes de paisajes impecables y emotivos, dignas de un cuadro con la firma de Adam Arkapaw que ya trabajó junto Fassbender en MacBeth. La imagen y el sonido se complementan perfectamente y durante el transcurso del relato gozamos del acompañamiento musical compuesto por el francés Alexandre Desplat (El discurso del rey y El curioso caso de Benjamín Button), todo en pos de generar un clima pesado y nostálgico. Este ritmo audiovisual es igualmente correspondido por las espectaculares actuaciones que atraen al público e intentan, por momentos, distraer al espectador de las falencias narrativas.
Cuando Tom conoce a Isabel, vemos a un hombre que estaría dispuesto a dar todo por la mujer a la que ama y una mujer que le corresponde de la misma forma, así, el relato cobra una dimensión heroica, pero Cianfrance no explota esta carta. En cambio, se concentra en llevarnos a la vorágine de imágenes, música, lágrimas, paisajes, dejando de lado las emociones del espectador. El relato termina siendo manipulado estéticamente para generar emoción en las imágenes, de esta forma genera empatía con la humanidad, el dolor y la pérdida, lo que se sostiene muy bien durante toda la introducción pero no lo logran a lo largo de todo el camino.
Como su título lo indica “La luz entre los océanos” debería dar cuenta de la iluminación de las personas dentro de tanta oscuridad, lamentablemente la historia se concentra en la oscuridad y lo que aspira a ser entendido como luz deja un sabor amargo de mero egoísmo por parte de los personajes femeninos. Al basarse en el libro de M.L. Stedman Cianfrance cuenta con todos los elementos narrativos para transformar una historia tele novelesca en un brutal relato, pero no, en lugar de eso se sobrecarga y no llega a hacer buen puerto quedando como otra simple obra de época que invita a las lágrimas, estéticamente preciosa pero rozando el ridículo por el curso de la historia.