Jimmy Hendrix decía que la música es el aire que flota entre las notas. En La luz incidente, último opus de Ariel Rotter (Sólo por hoy, El otro) el cine es la luz que flota entre los contrastes del blanco y negro.
El refinado planteo visual que pone en juego el realizador remarca matices y le imprime densidad a los silencios, hace de sus personajes un coro tenso, amargo, siempre al borde del desborde, como un policial oscuro pero sin pistolas ni detectives.
Luisa es una mujer que intenta salir del pozo de tristeza en el que cayó tras quedar viuda. Con mellizas a cuestas y una madre que le da indicaciones, vive una cotidianeidad entre sombras, de las visibles y de las que la atraviesan en cada gesto, en cada rechazo al tipo que la desea y la ronda con una insistencia deudora del Norman Bates de Anthony Perkins.
Rotter pone la cámara al servicio de una historia de desencuentros, en la que cada sonrisa da espacio a un rictus de amargura. Como en ninguno de sus films anteriores, elaboró un trabajo de artesano, que homenajea el oficio de realizador detrás de cada diálogo y cruce de miradas.
La Luisa de Érica Rivas y el inquietante Ernesto de Marcelo Subiotto son un dueto de corazones solitarios, dos almas en pena en medio de un abanico de grises. Su relación provoca desde la incomodidad de lo indeseable. El cine de autor que los contiene linkea con Hitchcock, como si Teresa Wright y Joseph Cotten se cruzaran del fílmico al digital, en otro juego de laberintos de espejos. Pero de los que reflejan menos de lo que esconden. Esos que más placer provoca recorrer.