Esos fantasmas de una dulzura amarga
Estados de ánimo alienados y sonámbulos en la película que presenta a Luisa, una mujer que acaba de perder a su marido. En medio del duelo aparecen fisuras de un futuro.
Uno de los carteles de difusión de La luz incidente, tercer largometraje de Ariel Rotter, se dedica a contemplar desde un plano medio el perfil de Luisa (Érica Rivas). La luz le llega desde el fuera de cuadro, seguramente a través de una ventana próxima. Su mano delinea suave el contorno del rostro, mientras uno de los dedos toca el entrecejo. Los ojos cerrados, el cabello ceñido, apenas cabizbaja. La luz parece mágica, casi una respuesta a este rezo disimulado.
Luisa está en trance. Su marido falleció hace poco, en un accidente. Pero el tiempo ha sucedido, de manera suficiente como para permitirle a a ella ciertas salidas, de aire y noche diferentes. Aun cuando el dolor no se vaya, ciertas fisuras parecen atisbar algo más.
Al respecto, las dos hijas de Luisa, bebés y mellizas, ofrecen un candor incomparable. Los momentos que comparten con la madre, entre caricias, son de una belleza que parece esculpida. Sus rostros serenos no sólo repercuten sobre el drama del film, sino que interrogan sobre el misterio mismo de esas caritas plácidas, entregadas al juego, el afecto, la música, mientras parecen ofrecer la mejor toma cinematográfica.
Entre las hijas y su madre, Luisa se debate. El silencio que comparte con sus pequeñas es el contrapunto al pleito que le significan las recomendaciones de la madre. Lo sucedido guarda momentos graves, que la película de Rotter prefiere integrar en los gestos pequeños, en los detalles del día a día. Como cuando Luisa se reencuentra con el espacio de trabajo de su marido, con sus cajones y anotaciones. Los olores de la ropa guardada, los documentos con fotitos y fechas.Todo contribuye a un duelo que todavía sucede. Hasta que la luz se filtra, y aparece Ernesto (Marcelo Subbiotto).
Pero no hay que tomar lo referido de manera anecdótica, puesto que Rotter articula una película de dulzura amarga. Se vale de estos móviles para entretejer algo más denso, a través de un cuidado estético refinado, que se trasluce en los diálogos -meticulosos, de pocas palabras, amparados en gestos-, en los decorados -los objetos personales de Luisa y Ernesto, las maneras del vestir-, en la fotografía en blanco y negro. Es decir, se trata de un film bello, pero con dos personajes que están alienados, perdidos en sí mismos.
En otras palabras, Ernesto es como Luisa. Su historia de vida también guarda cierta tragedia. Un retrato guardado, casi escondido, señala algo que le ha ocurrido. Para los dos hay malestares que superar, también que compartir. Pero La luz incidente es todavía más. Es eso lo que permite se la relacione con el film anterior del realizador. En El otro, Julio Chávez interpretaba a un viajante que decidía cambiar su identidad en un pueblito. De repente, para el personaje todo un mundo terminaba y otro nacía. Una situación de extrañamiento alteraba la relación del personaje consigo mismo y con el mundo.
Los ecos del cine de Antonioni invadían El otro, pero también lo hacen con La luz incidente, ya que se trata de una misma instancia crítica, por donde deben navegar los ánimos de sus personajes. Así como en El otro, en la nueva película de Rotterhay un intercambio de roles que invariablemente dialoga con las presencias ausentes. Vale decir, Ernesto intentará ocupar un lugar que no dejará de rebotar con el de quien ha sido; es más, tal vez piense en Luisa como en aquella otra mujer, la de ese tiempo que se ha ido.
La luz incidente elige asumir la ambigüedad del conflicto, al situarse en una inevitable contradicción metafísica, atravesados como están sus personajes -de manera indefectible- por las vidas de quienes ya no están. Pero hay resabios, aspectos invisibles que hacen ciertos a los fantasmas. Es por esto que también podrá pensarse en el ánimo introspectivo de cierto cine de Tarkovski -Solaris, El espejo-, y de una manera más cercana, en la tematización similar que ofreciera la película 45 años, con Charlotte Rampling y Tom Courtenay, cuya vida compartida se veía sacudida a partir de la irrupción de alguien más, otro fantasma.
Todo ello habla de un realizador preocupado por obsesiones que le movilizan.El otro es un film notable, también La luz incidente, y desde propuestas estéticas diferentes.En ambas, las caracterizaciones son magníficas. Por su parte,Érica Rivas ofrece una potencia apocada, taciturna, tan suave; mientras Marcelo Subiotto se sitúa en un sendero que parece endeble y de contraste con su seguridad: su pasión mientras escucha jazz, las palabras con las que corteja a Luisa, la canción de guitarra para las bebés. Se trata de un actor al que se le quiere ver más en el cine, ojalá sea así.
Entre los varios momentos magníficos, uno de ellos lo ofrece la ocasión de la foto familiar, de una costumbre casi aristócrata, decadente. Es una situación tensa, con Ernesto fascinado y Luisa cada vez más fastidiosa. Otro es el del plano final, de una tersura en el movimiento de la cámara -de travelling hacia atrás- que permite ahondar en un estado de abismo sonámbulo, con Luisa sumergida en un laberinto de blancos y negros; es cierto que juega con sus hijas, pero lo hace de una manera aletargada.