Crónica de una mujer triste, la elegante nueva película de Ariel Rotter, filmada en blanco y negro, se ubica en unos años sesenta y en el interior de una casa donde alguien ya no está. Allí vive Luisa (Érica Rivas), con sus dos pequeñas hijas, una empleada con cama y la presencia cercana de su madre, después de la muerte de su marido. Desde la primera o segunda escena, a la extraordinaria Rivas (sin duda, una de las más grandes actrices argentina de este tiempo) le basta un gesto, y de espaldas a la cámara, para transmitir la hondura de su dolor. Abre un armario lleno de ropa de hombre, toma una camisa y la huele, profundamente, como si tocara una herida que a la vez es una caricia. Pero una mujer joven con hijas pequeñas debe rehacer su vida, y Luisa permite que un cortejante la invite a salir. Ernesto, enamorado, va demasiado rápido. Pero si la vida tiene que continuar, él la representa. Y el estupendo Marcelo Subiotto llena a Ernesto de calidez, ternura y humor, aunque el tipo sea un poco pesado. Una gran película, hecha con respeto y corazón, con una actriz sensible, intensa y vibrante que no vale la pena perderse.