Entre thriller y drama social
Con un tono entre el thriller y el drama social, es un inquietante relato sobre el amor... a la poesía.
El israelí Nadav Lapid no es un director que se conforme con contar una historia: quiere incomodar y dejar al espectador lleno de preguntas. Lo hizo en Policeman, que ganó los premios a mejor película y mejor director en el Bafici 2012, y lo hace ahora con La maestra de jardín, por la que Lapid repitió, en el último Bafici, el reconocimiento a la dirección.
La película está narrada con un tono que oscila entre el thriller y el drama social, pero es, básicamente, una historia de amor, una historia de amor a la poesía. Nira, la maestra de jardín de infantes a la que alude el título, descubre que uno de sus alumnos es un poeta innato. De repente, inesperadamente, el chico dicta bellos poemas mientras camina de un lado a otro, como en trance. Antes y después, se comporta como cualquiera de sus compañeros de sala. Nira siente que tiene ante sí a un diamante en bruto al que hay que pulir y también proteger. Y por esos nobles objetivos es capaz de llegar demasiado lejos.
En la frágil figura de una criatura de cinco años, Lapid parece simbolizar a la poesía (o la belleza), un arte cada +vez menos apreciado en un mundo preocupado por los bienes materiales. Este mensaje es un tanto redundante y obvio; de hecho, es explicitado un par de veces por la docente y otros personajes. No por eso deja de ser cierto: si los best sellers le ganan por goleada a la literatura, ni hablar del lugar que ocupan los libros de poesía en el mercado editorial.
Hay una habilidosa construcción de una atmósfera extraña alrededor de ese adorable monstruo que parece un manantial de bellas palabras y, contrastando con la clara bajada de línea, una inquietante ambigüedad en torno al comportamiento de la maestra hacia el niño. ¿Quiere cuidarlo? ¿Aprovecharse de él? ¿Destruirlo?
Lapid tampoco se priva de reírse del mundillo literario, con sus cónclaves de recitado y sus talleres de escritura: sin saber quién es el verdadero autor, los presuntos poetas hacen las interpretaciones más absurdas sobre los textos del chico. Así queda expuesto, una vez más, cuánto barullo sin sentido hacemos a veces los que trabajamos sobre la creatividad ajena.