Tiempos de poesía vacua
Nira es maestra jardinera y descubre que Yoav, un alumno de 5 años, su preferido, cae en trances, esporádicos y epifánicos, a partir de los cuales “crea” poemas. La niñera, una actriz en ciernes, y ella misma, poeta frustrada, se adueñan de esas poesías, convenientemente, haciéndolas pasar como propias. El padre del chico, un hombre separado y millonario, se niega a incentivar el supuesto don. La maestra se obsesionará cada vez más con el pequeño y -manipulación mediante de un guión esquemático y con tintes de profundo- se erige en su protectora ante una familia abandónica y una sociedad que no apuesta por el arte enlazando un paso tras otro en un camino sin retorno.
El director israelí Nadav Lapid (ganador como mejor director por esta película en Bafici 2015 y que ya había ganado el 14º Bafici con Policeman: una apuesta ideológica nefasta y con un uso de la metáfora bastante burdo) fabrica, en su segundo largometraje, una historia insostenible, con supuestos aires de profundidad observacional y de lectura política coyuntural de su país (en la línea de la interpretación indirecta y metafórica), que no puede desarrollar en dos horas ningún personaje verosímil ni dejar de bajar línea. Pretender que los poemas que afloran de boca del niño son la salvación espiritual, la barrera que nos protege ante un mundo que ha olvidado su humanidad es como creer que el show de baile en el prime time del canal del solcito pone en la primera plana del interés público a la danza. Una concatenación aleatoria, fácil y empática de palabras vacías sólo sirve para adornar un póster berreta más que para conseguir construir un poema.
Si dejamos de lado la cuestionable idea romántica del genio -que llega por obra y gracia del misticismo-, que subyace en la premisa de La maestra de jardín, no podemos dejar de objetar las débiles, poco sutiles y simplistas oposiciones dualistas que se construyen, se enfatizan y se encumbran y a partir de las cuales se pretende sostener el film y su cosmovisión (ideológica) de mundo: arte y riqueza; poesía y materialismo; sociedad espiritual y sociedad militarizada, etcétera. Y eso por no dar cuenta ni del trabajo esquemático con el sonido ni de las escenas de baile idiotizantes que apabullan por su ridiculez.