Una maestra de jardín con escasa vitalidad
"Policeman", el primer largo de Nadav Lapid, tenía cierto interés: un grupo de izquierda pretende cambiar el mundo a la fuerza sin tener suficiente fuerza para ello, un grupo de las fuerzas de seguridad aplasta a los otros sin mucho esfuerzo, y un policía se ve enredado por lazos parentales. Con esa obra Lapid surgió como la nueva gran figura del cine israelí, presidió un jurado del Bafici, etc. La segunda obra, que ahora vemos, confirma su singularidad, pero no su atractivo. Es intelectualosa, artificiosa, linfática.
Una maestra de jardín de infantes, poeta aficionada y mujer frustrada, descubre que uno de sus chicos inventa versos medio surrealistas. Ella auspicia lo que percibe como genialidad. Algunos la siguen, otros le tiran caramelos al chico, para su Bar Mitzvah, un fulano la tira al suelo a la maestra, en actitud consentida pero situación ridícula porque al tipo se le enredan los pantalones mientras intenta desnudarse con gesto serio, etc. Quizá por ahí esté el problema. Casi todos, incluso algunos niños, actúan con gesto serio, aburrido, desganado, o como dopados. Y la sensación se transmite.
En tanto, la mujer decide una acción absurda. Que el niño resuelve con particular serenidad. Y vienen algunas consecuencias. Detrás de esto pueden suponerse lecturas alegóricas sobre el talento natural e involuntario, la gente que alcanza a sentir la poesía pero no tiene habilidad para expresarla con sus propias palabras, la sana admiración, y por otro lado la indiferencia, la incomprensión de la sociedad ante las personas sensibles, etc. Todo lo cual da para unas cuantas reflexiones, y para confirmar un aserto: la segunda película de los directores suele ser medio decepcionante. Después algunos mejoran.