Recuerdo claramente el impacto que provocó "Policeman", allá cuando ganó el 2012, la competencia internacional de BAFICI. Si bien en ese momento quizás el premio me pareció exagerado, reconocí, en un segundo visionado (y luego de acaloradas discusiones con colegas) que Nadav Lapid (su director y quien nos convoca hoy con un nuevo trabajo) ofrecía un tipo de cine incómodo, gráfico y comprometido, que era de gran referencia para analizar la vida actual en territorio israelí.
Este año volví al BAFICI a ver su nuevo trabajo, "Haganenet" y salí de sala convencido que el hombre tiene mucho por ofrecer. Vuelve a retratar a su gente, trayendo postales de una sociedad en cambio, a través de una historia fuerte, movilizante, en relación a un niño particular y su vínculo con una maestra que cree ver en él, un genio singular, que merece un tratamiento acorde a su talento.
Lapid no es partidario de los grises y construirá este escenario, atendiendo a su percepción de cómo funcionan los valores de la sociedad israelí. Deja traslucir que el materialismo global y las diferencias sociales son el tema en discusión y los trae, para que cobren fuerza y estructuren su presencia en el relato de esta relación.
Siempre es conflictivo pensar en las relaciones con niños en edad de jardín de infantes. Son ellos criaturas frágiles y mentes abiertas, que deben ser cuidadas, atendidas y respetadas con especial atención. Nira (Sarit Larry), lleva 15 años como docente y un día comienza a prestar atención a un niño de cinco años cuando él dice "tengo un poema" en el medio de una jornada normal de juegos. Ella queda impactada por esa declaración y el texto oral que Yoav (Avi Shnaidman) anuncia, por lo que decide prestarle atención a este pequeño.
Nira estudia teatro, parece una mujer pasional, tiene además un amante aunque esto no parece afectar su fascinación con Yoav. Lo estimula en su pasión por la poesía y busca vincularse con él, más allá de las horas en que funciona como su maestra. Lo aisla para asistirlo y genera una relación, de ruptura con su encuadre docente, de alarma para el espectador. ¿Por qué Nira opera sobre este niño? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones para con él?
El padre del niño (Yehezkel Lazarof) se dedica al negocio gastronómico de alto nivel y le va bien, pero delega todo lo que tiene que ver con el desarrollo de cualquier competencia que tenga su hijo. Define su rol, desde la prepotencia de una paternidad soberana y su bienestar económico. Cuando toma contacto con Nira, ellos establecerán un contrato particular para el cuidado del niño, riesgoso y fuera de lo común: ¿Quien protege la mente de Yoav de los procesos obsesivos que va desarrollando su maestra de jardín y alentados por la complicidad de su padre?
Sin embargo, Lapid no sólo caracteriza esta extraña asociación para inquetar al espectador desde lo potencialmente peligroso de ese contacto, sino que pretende (creemos) ofrecer un fresco sobre cómo se vive y cuáles son los valores que se juegan, en estas modernas ciudades israelíes ("La maestra de jardín" fue rodada en Tel Aviv y Jerusalem). Esas dos vías silenciosas, se alimentan a lo largo de los eventos, hasta llegar a un clímax, predecible y lógico, sin muchas sorpresas (quizás ese sea el menos lúcido de los recursos que propone el cineasta).
Un film arriesgado, metódico, áspero, traído por cineasta de gran capacidad, esencial para su nacionalidad en los tiempos que corren.